Ayer decidí releer uno de los libros que tengo en mi biblioteca: “La respuesta del Universo”, de Félix Torán. Como todos los libros dedicados a esta temática, trata, en uno de los capítulos, de la importancia de DELEGAR.
Recordé entonces la época en la que trabajé como Gerente de Tienda para Champion, una línea de supermercados que pertenecía al grupo Carrefour, que no llegó a prosperar y desaparecería poco después de que yo me fuera de ella.
A pesar del poco tiempo en el que formé parte de esta empresa, fue la mejor experiencia a nivel laboral que tuve de todas en las que trabajé como asalariada.
Tenía 29 años recién cumplidos cuando me ofrecieron una mejora sustancial en el grupo francés, tras haber respondido a un anuncio en la sección de empleo del diario El País, donde solicitaban personal para llevar a cabo la transformación de las tiendas Simago, que acababan de adquirir, en una línea llamada “Champion supermercados”.
Llevaba algo más de un año trabajando para el grupo Lidl, llevando una tienda a pocos kilómetros de mi casa. El grupo de distribución alemán acababa de aterrizar en Galicia y yo había sido una de las 7 personas seleccionadas para hacerme cargo de su entrada en nuestra tierra, allá por febrero de 1998.
El trabajo en Lidl me gustaba, era activo y dinámico, ponía al servicio de la empresa mis dotes de organización y responsabilidad y tenía un buen equipo a mi cargo. Pero lo cierto es que por aquel entonces me aburría muy pronto en los trabajos que tenía. Sentía la necesidad de cambiar, de asumir nuevos retos y hacer cosas nuevas y diferentes constantemente.
Así que, cuando vi en la sección de empleo del domingo que buscaban gente para asumir la responsabilidad de una tienda con una cuenta de explotación mayor, con más personal a mi cargo, en una empresa más grande y con más proyección y, por supuesto, con mejores condiciones económicas, no me lo pensé.
Respondí al anuncio y conseguí el empleo con suma facilidad. En el grupo francés me pidieron que me incorporara a la mayor brevedad posible. Recuerdo que había aprovechado el festivo que había aquí en Galicia de las letras gallegas, el 17 de mayo, para ir a Madrid a hacer la entrevista. Aquel mismo día me dijeron que me contrataban y a mi regreso me fui a Porriño, a hablar con mi Supervisor de Zona, para comunicarle que me marchaba de la empresa, con cierta pena, ya que me sentía muy a gusto con la gente con la que trabajaba.
Quince días más tarde me dirigía a Zamora, para formarme en una tienda que tenían allí y unas semanas más tarde me enviaban a Gijón para que me hiciera cargo de una de las dos tiendas que había en la ciudad asturiana.
Al despedirme del que era el Gerente de la tienda de Zamora, un hombre alto y delgado, entrado en la cincuentena, me sugirió que me armara de paciencia, pues la tienda que me habían asignado tenía fama de ser la peor de la zona Noroeste, compuesta por las tiendas de Galicia y Asturias. Por lo visto el ambiente laboral era insoportable, como la mujer que dirigía aquella tienda por aquel entonces.
Cuando llegué a la tienda apenas medié unas cuantas palabras con la mujer que dirigía el supermercado en aquel momento. Estaba claro que a mi me habían enviado para sustituirla y aquello no debió de hacerle mucha gracia. De rostro huraño y malhumorada, sonrisa desdibujada por completo y aspecto masculinizado, me enseñó el establecimiento y, sin más, se despidió de mi, diciéndome que se iba a la reunión con el Jefe de Zona, su superior. Nunca más la volví a ver pero sí escucharía hablar de ella en muchas, muchas ocasiones a partir de aquel día.
Con el paso del tiempo comprendí que su apariencia de hombre se debía, probablemente, al entorno en el que trabajaba. Ella era la única mujer, en medio de una decena de hombres. El resto de los gerentes de las tiendas de la zona eran varones, todos con edades comprendidas entre los 40 y los 50 años, y el jefe de zona rondaba los 60. Todos ellos tenían algo en común: practicaban un liderazgo autoritario desde hacía más de una década. Aquella mujer simplemente se adaptó para sobrevivir en aquel entorno e hizo suyo el lema “porque lo digo yo”.
Y allí, en medio de aquellos hombres estaba yo, una mujer que ni siquiera había cumplido los 30 años, con tan sólo 18 meses de experiencia a mis espaldas, dirigiendo un equipo de 5 personas y una tienda de descuento diminuta, a quien le habían endosado la tarea de dirigir un supermercado con 40 empleados, 2000 metros de superficie de venta y una cuenta de explotación que multiplicaba por 20 la que yo había gestionado en Lidl. Así que, como imaginarás, de entrada, ninguno de aquellos hombres, compañeros de zona, creyó en mi, ni por supuesto el Jefe de Zona.
Como habrás podido imaginar, el recibimiento que tuve no fue muy halagüeño, de buenas a primeras, lo cual era bastante lógico, ya que allí, en aquella tienda, reinaba la tiranía. Los empleados estaban hartos de aquella situación y pensaban que un nuevo gerente poco iba a cambiar las cosas, aunque debo de decir que sentí que atisbaban cierta esperanza de cambio.
Recuerdo que cuando entré en el local toda la ilusión que llevaba conmigo se desvaneció al ver el estado en el que se encontraba la tienda: estanterías vacías, secciones con productos en mal estado, trabajadores malhumorados y desmotivados… Pero lejos de deprimirme pensé que aquello iba a ser un gran reto y que iba a hacer de mi tienda la mejor de la zona.
No te diré que fuese fácil, me llevó su tiempo, como todo, pero justamente esa es otra de las cualidades necesarias para manifestar, la paciencia, si bien la clave de mi éxito se basó en lo que comentaba al principio: en saber delegar.
En lo tocante a materializar cualquier deseo que tengamos debemos aprender a hacer justamente eso, delegar en el Universo. Con el Universo hay que tratar desde el punto de vista del liderazgo, no de la gestión. Un buen líder debe indicarle al Universo qué es lo que hay que conseguir y un posible rumbo, pero no hay que imponer qué pasos seguir, ni cuando, ni en qué orden ni cómo llevarlos a cabo.
Yo opté por confiar en las personas que tenía a mi cargo. Cada miembro de mi equipo se sintió responsable y se identificó con su área de experiencia. Les indiqué que ellos tenían el control de sus propias secciones, en donde eran expertos, y que yo no entraría en su dominio, que me dedicaría a supervisar, pues ese era mi trabajo. Esto les motivó y les hizo entregar lo máximo de sí mismos, dejando de estar a la defensiva y aquel equipo comenzó a funcionar como la seda, básicamente porque dejaron de tener miedo y vieron que sus logros eran reconocidos.
Antes de mi llegada la norma era una total intromisión en cada una de las secciones de la tienda por parte de la encargada y una tiranía sin lugar a replica. A los responsables no se les daba autonomía para poder gestionar sus secciones con libertad ni poner en práctica las ideas que tenían, haciendo que estuvieran completamente desmotivados y deseando que llegara la hora de irse a casa.
Decidí reunirme con los responsables de las diferentes secciones de mi tienda y escucharles. Tenía un jefe de frutería, otro de panadería, uno de charcutería y carnicería y otro de pescadería. También una jefa de cajas, un responsable de control de stock, un jefe de almacén, otro de alimentación seca y una administrativa que era mi mano derecha. Pude comprobar en muy poco tiempo que todos ellos eran personas muy capaces, trabajadoras y con ganas de que la tienda funcionara bien, sólo que no se les permitía formar parte de un equipo.
Cada uno de mis jefes de sección me transmitió lo que necesitaba para sacar adelante su sección y sentirse bien trabajando allí. Yo recogí sus impresiones y me limité a transmitirles que, como tienda, teníamos que lograr un objetivo de ventas y otro de márgenes de beneficios, siguiendo unos estándares de calidad. Dicho esto, dejé que cada uno decidiera cómo llevar su sección, siempre que lograran los objetivos que yo les había marcado. Y resultó que la tienda comenzó a crecer, pasando en pocas semanas de estar a la cola de la zona a convertirse en la líder en crecimiento, para sorpresa de toda la compañía.
Así fue como el gerente de otra sucursal que había en Gijón comenzó a venir por mi tienda todas las semanas para ver qué porras estaba haciendo yo para que mi tienda fuese tan bien. Este buen hombre observaba sólo la parte física buscando indicios del secreto de mi éxito. Comprobaba que las promociones estaban bien, las cabeceras montadas correctamente, los productos bien implantados, las caducidades eran correctas, la frescura de los productos, la presentación en los lineales, la gestión en las cajas, la atención al cliente… pero había algo que él no podía apreciar: la confianza que sentían mis empleados.
Mi compañero de la otra tienda era un hombre que no hacía más que entrar en el terreno de sus trabajadores, constantemente, lo cual dañaba su orgullo haciendo que sus empleados dieran lo mínimo en sus puestos y que no trabajaran con entusiasmo ni entrega, porque no tenían ninguna autonomía ni responsabilidad. Mi compañero les decía cuantas cajas de cada producto tenían que colocar en cada cabecera, les hacía montar islas con promociones para cambiarlas de lugar una vez colocadas porque decía que no le gustaba cómo quedaban, les hacía trabajar horas extra fuera de su horario y si alguien rechistaba había represalias, vendían hasta pescado congelado como fresco para aumentar sus márgenes de beneficio, y todo eran broncas y más broncas. Por supuesto el tema de las vacaciones era un tabú y nadie se podía coger días libres para ningún asunto propio ni cuestionar ninguna de las decisiones que él tomaba.
En mi tienda ocurría todo lo contrario. Si alguien quería un día libre sólo tenía que notificármelo y dejar organizada su sección de modo que algún compañero cubriera su puesto en su ausencia. Tenían la libertad de cambiar turnos entre ellos si lo necesitaban, así como de cuadrar las vacaciones escogiendo los días de preferencia entre ellos. Los turnos se respetaban a rajatabla y nadie hacía horas de más pues, al estar motivados, cada uno rendía en su puesto y no era necesario trabajar más de la cuenta, algo poco habitual en el sector de la distribución y los supermercados. Había tan buen ambiente de trabajo que incluso los compañeros se ofrecían a echar una mano unos a otros a pesar de pertenecer a diferentes secciones cuando alguien terminaba en la suya.
En diciembre de 1999, cuando la empresa decidió que los gerentes teníamos que pasar en la tienda la noche del 31 de diciembre, por si pasaba alguna tragedia por el efecto 2000, mis jefes de sección se ofrecieron a quedarse, pues todos vivían en Gijón, para que yo pudiera venir a pasar ese día con mi familia en Coruña. El jefe de la otra tienda tuvo que obligar a uno de sus jefes a quedarse aquella noche en la tienda para poder irse él a Santander a disfrutar con su familia del fin de año.
Con el Universo ocurre exactamente lo mismo: tienes que darle autonomía porque él sabe cómo hacer para que lo que tú quieres llegue a tu vida, no debes entrometerte en su trabajo, sólo debes liderar diciéndole qué es lo que quieres lograr y luego confiar en que sabrá cómo entregártelo.
Yo hice lo mismo en mi tienda con mis empleados.
A la jefa de cajas le indiqué que las cajeras debían atender a los clientes con amabilidad y la línea debía de estar cubierta en las horas punta para evitar las colas. Ella me dijo que necesitaba un par de personas más a tiempo parcial para cuadrar los horarios, las contraté y del resto se ocupó ella. Se llamaba Geli y era una chica encantadora, siempre sonriente y activa como una abejita.
El jefe de frutería era un chico con quien había coincidido en mi formación en Zamora. Se llamaba Manuel, como mi padre y era un crack en su sección, tenía ojo para comprar fruta de muy buena calidad con un margen extraordinario y tenía su sección inmaculada, invitando a llenar el carro de la compra de frutas y verduras, ya que su lineal era lo primero que se veía al entrar en la tienda.
La jefe de pescadería era una chica llamada Rocío, se llevaba de maravilla con el jefe de frutería y entre ellos se apoyaban para llevar sus respectivas secciones, era una joven muy cooperativa y solidaria.
La encargada de carnicería-charcutería, Mónica, llegó de rebote, pues no encontrábamos ninguna persona que aceptara llevar ambas secciones con el sueldo que ofrecía la empresa y yo ahí poco podía hacer. Aún así tenía arranque y era muy trabajadora.
La encargada de la panadería era la más joven del equipo, recién fichada, se llamaba Azucena y aunque le faltaba un poco de iniciativa, le sobraba buen humor. Le costó un poco hacerse con el puesto pero al final la tienda siempre olía a pan recién horneado invitando a los clientes a llevarse una barra a sus hogares.
El jefe de almacén, un hombre entrado en la cincuentena, llamado José, agobiado a mi llegada porque el almacén de la tienda estaba dividido en 3 locales, uno en cada punta de la tienda, y tenía que ocuparse él solo de un enorme stock, me dijo que necesitaba una persona para que le echara una mano tres horas al día a colocar la mercancía, le busqué a alguien y se volvió un hombre más alegre.
La controladora de stock se llamaba Ernestina pero todos la llamaban Neti. Era como la mamá del resto de empleados, las cajeras y los reponedores, gente joven buscando un trabajo con el que poder sufragar los gastos propios de los inicios en la edad adulta. Una mujer muy bajita y regordita que revoloteaba por los pasillos de la tienda a toda pastilla, con una gran sonrisa, atendiendo con su buen humor a todos los clientes que necesitaban algo.
Y por último estaba mi mano derecha, Maribel, la administrativa, la eficiencia personalizada en una mujer, con una gran iniciativa, siempre yendo un paso por delante de las necesidades de todos los que formábamos parte de la plantilla.
La política de este tipo de empresas, cuando contratan a alguien para hacerse cargo de un puesto de responsabilidad, suele ser darles un destino lejos de sus hogares para que así se dediquen plenamente al trabajo y estén alejados de distracciones (amigos, familia, hobbies…). Yo no fui una excepción, ya que al estar a 350 kilómetros de mi casa sólo venía dos fines de semana a Coruña, los otros dos me quedaba trabajando. Un sábado sí, un sábado no, yo me quedaba al cierre de la tienda, con lo que salía de trabajar el sábado alrededor de las 11 de la noche y esa semana sólo tenía libre el domingo. Los otros dos sábados se repartían el turno entre los 4 jefes de sección de productos frescos (panadería, frutería, pescadería y carnicería-charcutería), resultando que había meses en que alguno de ellos disfrutaba de todas las tardes de sábado libres, algo bastante inusual en distribución. En la otra tienda la norma era que todos los jefes de sección tenían que estar para el cierre.
A pesar de disfrutar enormemente con aquel trabajo, al igual que con el anterior, terminé cansándome cuando comprendí que la empresa no tenía ninguna intención de enviarme de vuelta a Coruña, sino mantenerme bien lejos de mi casa para ser más rentable. Cuando abrieron las sucursales de Ferrol 2, Sada y Perillo y pusieron a otros gerentes al frente de esas tiendas comprendí que mi paso por aquella empresa había terminado y presenté mi dimisión.
Cuando mis empleados se enteraron de mi decisión intentaron que me quedara, pues las cosas no pintaban demasiado bien. La reconversión de los Simago en Champion implicaba que las tiendas tenían unos gastos de salarios muy elevados que querían reducir, pues muchos de los empleados en puestos de responsabilidad eran personas que habían entrado en Simago siendo muy jóvenes y llevaban décadas en la empresa. Neti, Geli, Maribel, José, Rocío y muchos más cobraban “demasiado” para las ventas que tenía mi tienda, y los directivos del grupo francés ya me habían encargado la labor de intentar convencer a mis empleados de que se cambiaran de tienda, al centro comercial Carrefour, que tenía unas ventas más elevadas y podía soportar los salarios más elevados de estas personas. Aquello también precipitó mi marcha pues vi a leguas la estrategia de la empresa: les ofrecían mantenerles el mismo sueldo a cambio de reducir la categoría, dejando de tener una sección a su cargo para pasar a ser simples cajeras/reponedoras. La empresa buscaba que estos empleados, que les salían demasiado caros, se desmotivaran y se marcharan reduciendo así sus costes. Muy triste.
Ahí es donde me di cuenta de que al final, en las empresas, la mayoría somos números y beneficios para sus dueños, lo cual precipitó mi decisión de marcharme. Sin embargo mi partida fue algo que siempre recordaré.
Mi último día de trabajo, Neti, con su habilidad y su palabrería, me llevó a una zona de la tienda pidiéndome que le ayudara con la implantación de unas latas de guisantes. La acompañé y, cuando regresé a la oficina, después de comprobar que los guisantes estaban perfectamente, me encontré con toda la plantilla de la tienda esperándome en la puerta, con un enorme peluche de oso más grande que yo y una tarjeta firmada por todos ellos, deseándome mucha suerte en mi nueva aventura. No pude contener las lágrimas y tuve la certeza de que mi paso por allí no había sido en vano. Hacía unos días que mis jefes de sección habían organizado una cena para despedirse de mi y, sabiendo de mi pasión por las figuras de cristal de Swarovsky, me regalaron un ángel con una placa grabada con su despedida.
Volví a la tienda un par de meses después a visitar a mis compañeros, pero todo había ido muy deprisa y la reconversión era inminente, desmotivando por completo a la gente. A cada uno de mis compañeros les regalé una pequeña figura también de Swarovsky, representando su respectiva sección: una tarta, una piña, un pececito, un cerdito, una caja registradora y una mesita de despacho, confiando en que cada vez que ellos observaran el destello del cristal de aquellas figuritas que con todo mi corazón compré para cada uno, les serviría para recordar que todos hemos nacido para brillar y que, si no lo hacemos, es porque no se nos permite liderar.
La moraleja de esta historia es que cuando se sabe DELEGAR y se CONFÍA, todo se coloca en su lugar como por arte de magia. Siempre es así.
Así que, para cualquier deseo que quieras atraer a tu vida:
1. Pide lo que deseas (yo pedí un cambio de trabajo)
2. Deja que el Universo haga su trabajo, él te ayudará enviándote signos y oportunidades. (él me lo entregó con facilidad y rapidez)
3. Permite que tu deseo te sea entregado, estate lista para recibir y actúa ante las respuestas que el Universo te envíe, actuando de forma inspirada. (mi corazón me decía que confiara en mis empleados y les tratara del mismo modo que a mi me gustaría que me trataran).
Y déjate soprender…

«No serás un gran líder si quieres hacer todo por ti mismo»
Andrew Carnegie
Muy interesante tu relato y debería ser obligatorio que todas las empresas contarán con gente valida y capacitada para realizar su labor. Yo trabaje en varias empresas y tengo que decir que en las grandes empresas eres un número y pocas veces tienen en cuenta tu opinión. Los que supuestamente «gerentes o jefes de departamentos», suelen ser personas poco accesibles a los empleados que dependen de ellos. Al finan tienes que ser tú libremente como hacer tú trabajo y muchas veces hacerle ver a esa persona que no siempre tiene la razón. Para eso necesitas años de experiencia. Gracias Bego, ojala hubiese más jefes que escucharan a los empleados.