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Las deudas transgeneracionales

En la familia no sólo se heredan bienes sino también deudas. Y no me refiero a deudas contantes y, sonantes, sino a deudas inconscientes, derivadas de sucesos acontecidos en el pasado, años, décadas, incluso siglos antes, que afectan a los descendientes de los contrayentes de dichos débitos, generalmente entre tres y cuatro generaciones más abajo.

Las pistas para descubrir lo sucedido, como siempre, se esconden en las fechas, en las “causalidades”, en las sincronías de los datos de nuestros antepasados, esperando que alguien los saque a la luz.

El hermano de mi abuelo paterno, Antonio (mismo nombre de mi madre), nació un 17 de marzo de 1892, falleció el 20 de junio de 1949 (fecha EXACTA de mi cumpleaños), y se casó un 16 de junio de 1930, con una mujer llamada Ángela (primera sílaba igual que su propio nombre), fallecida el 24 de junio de 1997. Todas, absolutamente TODAS las fechas de mi tío abuelo están en línea directa conmigo, no sólo una vez, sino por triplicado: nace, se casa y muere en fechas que me hablan a mi (yo nací el 20/6/1971).

Y no sólo conmigo, sino también con mi padre. No en vano él, buscando a ese hermano perdido de su propio padre, que emigró a EEUU en el año 1916, recién adquirida su mayoría de edad (que por aquel entonces rondaba los 23 años), también comparte todas estas sincronías con su tío, del cual es doble, como yo. Por si fuera poco, físicamente, mi padre y su tío paterno son como dos gotas de agua y, por compartir, hasta tenían en común una marca la mar de curiosa: ambos habían perdido la punta del dedo corazón de la mano derecha.

Mi padre y su tío nunca se conocieron. Mi tío abuelo arrivó a Liverpool a comienzos del siglo XX para no regresar jamás a su tierra natal, por lo que no llegó a conocer a sus sobrinos: mi padre y sus dos hermanas, los únicos que tuvo. Había tenido otra hermana que falleció con 3 años, cuando él tenía 4 años, y su otra hermana, fallecida a los 37 años, no dejó descendencia.

Su hermana María Encarnación, la que pereció con 3 añitos a causa de una nefritis, debía tener un vínculo especial con mi tío abuelo, ya que partió un 13 de marzo, en línea con su propia fecha de nacimiento. Y en lo tocante a mi… esta niña también me dejó un mensaje, pues había nacido un 4 de mayo y mi hijo mayor, Diego, nació un 3 de mayo.

¿Qué llevó a mi tío abuelo a poner un océano por medio y no regresar jamás a Galicia? Lo desconozco pero puedo conjeturar sobre lo sucedido.

Sus padres, mis bisabuelos, se habían casado el 11 de junio de 1890 (nuevamente en línea conmigo), estando mi bisabuela embarazada de 6 meses de su hermano mayor, mi abuelo, José María. Mi bisabuela Josefa tenía 32 años y mi bisabuelo 22 cuando nació mi abuelo, en el verano de 1890.

“Casualmente” los registros que guardan más información de ambos ancestros se quemaron en un incendio y, hasta el momento, no he podido descubrir nada más sobre el nacimiento de ambos. Hasta el momento. Todo llegará.

Pero tampoco es necesario, porque la información habla si la escuchas con atención.

Mis bisabuelos tuvieron 4 hijos, una fallece a muy corta edad y sobreviven 2 varones (los dos mayores) y una mujer (la benjamina). Yo tuve 4 embarazos y tengo 2 hijos varones (los mayores) y una niña, en el medio: un aborto. Más coincidencias…

Pero volvamos la vista atrás hacia el año 1916, cuando mi tío abuelo entró en Nueva York, a bordo del SS Baltic para, 5 años más tarde, en abril de 1921, solicitar la nacionalidad estadounidense.

¿Esto qué significa? Podemos interpretar que no tenía pensado regresar, si estaba solicitando en otro país que se le reconociera como ciudadano del mismo.

Su hermano, mi abuelo José María, estuvo embarcado varios años, entre 1918 y 1926 de forma continua, y posteriormente de forma intermitente, según he encontrado en los registros de la marina estadounidense. Fue condecorado por su participación en la I Guerra Mundial (y también detenido por desertar), así que quizás fue él quien hizo de intermediario para que su hermano recabara en NY, si bien no siguió la misma estela y se afincaría allí dedicándose a pintar coches, mientras su hermano navegaba por el mundo ganándose la vida como fogonero en los barcos de bandera inglesa y estadounidense.

Volviendo a 1916, en aquel año su padre tenía alrededor de 48 años y su madre 60 años, es decir: para aquella época, su madre se había quedado embarazada a una edad bastante madura, con unos 34 años, algo poco habitual para inicios de siglo, y además, de un joven 10-12 años menor que ella, pues mi bisabuelo tenía (según partida de nacimiento de mi abuelo) 22 años en el momento del nacimiento de mi abuelo, es decir: era menor de edad, ya que la mayoría se alcanzaba a los 23 años, con las consecuencias que esto suponía para el lugar donde vivían…

Puedo imaginar que, en un entorno rural, la vida no sería fácil para mi tío abuelo, en medio de aquella familia y que, quizás, por eso, decidió poner tierra por medio.

Pero, ¿dónde se generó la deuda que me afecta a mi, 4 generaciones más abajo de él, en la actualidad, un siglo más tarde?

La deuda inconsciente la generaron los descendientes de su hermano, es decir: mi padre y mis tías, y, por resonancia, baja en el árbol hasta llegar a mi y a los que están en mi misma línea: mis primos.

¿Qué ocurrió pues para generar ese débito por parte de los que quedaron en España, lejos, lejos de mi tío abuelo?

Muy sencillo: ocurrió que a mi tío abuelo se le dió por muerto en otro país diferente, a sabiendas, de los que aquí quedaron, de cuál era su residencia en el momento de enterrarle, e incluso conscientes de que había contraído matrimonio en California.

¿Quienes tramitaron tal acontecimiento? Sus sobrinos, sus únicos descendientes directos, pues tanto su hermano como su hermana ya habían fallecido tiempo atrás.

Y es que uno de los temas tabú que esconden los árboles familiares son los relativos a las herencias y al dinero. Aquí interesaba darle por muerto para poder repartir la herencia que le correspondía a él. Mi padre, a regañadientes, aceptó formar parte de tal complot, urdido por la hermana pequeña, a cambio de pagar esa incoherencia con su vida, pues a partir de ese suceso se le desencadenó un cáncer de colon transversal que terminaría con su vida. Y recordemos aquí que la resonancia de esta enfermedad es la de “guarradas con los colaterales”, entendiendo como colaterales, en este caso, a sus hermanas y a mi madre. Si bien con mi madre también tenía sus rifirafes, y probablemente todo sumara en su fatídico desenlace, el motivo del presente relato es ver la resonancia con su familia de sangre.

Así es como se genera esa “deuda inconsciente” que asumen sus sobrinos, y los descendientes de estos -algunos de ellos también conscientes de este suceso (no así por mi parte, ya que yo era muy pequeña) sufren las consecuencias de este ultraje, de esta apropiación indebida de lo que le correspondía a mi tío abuelo- y pagamos todos, inconscientemente, estando endeudados por motivos varios y en medidas diferentes: con constantes facturas que pagar, con dinero que según entra se va en gastos varios inesperados, con la imposibilidad de generar mucho dinero porque, para el inconsciente familiar, tener dinero implicaría “tener que pagar esa deuda” y, dado que en su día no se quiso pagar, dando por muerta a esa persona, ahora tampoco se desea hacerla frente y, qué mejor modo de no tener que devolver eso que le pertenecía a mi tío abuelo, que no tener dinero para reembolsárselo a sus descendientes, que haberlos los hubo. Me consta que tuvo una hija, llamada María Ramona, nacida 6 meses antes que mi madre, una resonancia más que me indica que quizás sea preciso realizar un acto simbólico para devolverle a mi tío abuelo lo que le fue arrebatado por parte de los descendientes de su hermano, para restaurar la parte que le correspondía y sanar esa injusticia, devolviéndole lo que era suyo.

No deja de resultarme curioso que una parte de la herencia que yo recibí de mi madre a su fallecimiento, se fuera en “pagar” procesos judiciales inesperados en los que yo me defendía de algo que consideraba “injusto”. Mi resentir, en aquel entonces fue “me resulta caro defenderme”, ahora comprendo que, quizás, mi sentimiento tenía que ver con las vivencias de mi tío abuelo, del cual no somos dobles mi padre y yo, por casualidad. Quizás mi tío abuelo sintió que él tampoco pudo defenderse de algo que consideró injusto o le costó caro (tan caro como poner un océano por medio y no regresar jamás ni ver a la familia que le vio nacer).

Ahora también puedo entender por qué mi padre también tenía problemas de deudas constantes. Y es que la memoria familiar se transmite a los descendientes, aunque creamos que no es así. Al aceptar, aunque no hubiese sido de buena gana, aquel chanchullo, generó una deuda con su tío que pagaría con su vida y que, en cierto modo siento que me transmitió también a mi y a mis descendientes.

Es hora de romper lo inconsciente, poniendo palabras a la injusticia para sanar el árbol, por lo menos en la rama que a mi me corresponde.

Lo siento, perdoname, te amo, gracias, tío abuelo Antonio, (17/3/1892-20/6/1949), en mi nombre (20/6/1971) y en el de mi padre (20/12/1931-3/5/1992) reparo simbólicamente la injusticia y te devuelvo lo que te corresponde, a ti y a tus descendientes liberándome y liberando a mis propios descendientes, de revivir injusticias similares con sus propios hermanos.

Confío en que, poniendo conciencia en este suceso, mis hijos dejen de preguntarme a quién le voy a dejar en herencia mi casa, en una pugna, por ahora, propia de su edad intentando ver si me decanto por alguno de ellos como mi heredero universal, lo cual dejaría en desventaja a los otros dos si yo me decantara por dejar todos mis bienes únicamente a uno de mis hijos, repitiendo la historia de mis antepasados (pues fue la hija pequeña la que se benefició de aquel episodio).

En temas de herencias, hay que repartir por igual a todos los hijos que se tengan, es lo justo.

Nada es casual, como puedes ver. Las resonancias están por todas partes, sólo tienes que prestar atención.

«No hay guerra más hiriente, que la de entre hermanos y parientes»

«Enemistad entre parientes, pasa a los descendientes»

Refranero español
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