¿Escuchas realmente a tu intuición, a tu corazón, a esa vocecita que sabe perfectamente lo que tiene que hacer o decir en cada momento?. Y, aunque lo hagas, aunque la escuches ¿realmente le prestas atención a lo que te dice?, ¿aceptas los consejos que te da?, ¿sigues las señales que te envía?.
Pensándolo bien, yo siempre he sido una persona extremadamente intuitiva. Aunque, siendo honesta conmigo misma, también tengo que reconocer que he sido excesivamente ignorante al respecto. Una parte de mi se emperraba en hacerle caso a la «razón», a la mente, al consciente, al ego, cuando lo cierto es que, quien tiene todas las respuestas es el inconsciente, la intuición, el corazón, en definitiva.
Yo solía decirle, a este último, que se callara con demasiada frecuencia. Y lo cierto es que, cada vez que lo hacía, terminaba saliéndome caro el reproche. ¿Por qué negamos la evidencia? ¿por qué seguimos empeñados en negar nuestra parte irracional en pro de la racional? ¿o quizás estemos equivocados, y la racional, la que realmente sabe, sea la intuitiva y la irracional, la que no tiene ni idea de qué es lo mejor para nosotros, la mental?.
No hace mucho leí que el corazón es el órgano más egoísta de nuestro cuerpo. Y lo es porque se queda la mejor sangre para él, la más oxigenada, para poder distribuirla al resto de los órganos. Si no se la quedara, moriría. El corazón tiene que ser egoísta para su propia preservación. Entonces, ¿por qué no hacemos caso a este instinto de supervivencia tan sabio y ancestral?.
Llevábamos un par de meses saliendo juntos. Aún nos estábamos conociendo. Un día, conversando sobre cómo habían sido nuestras relaciones anteriores, él hizo un apunte sobre la funcionalidad de bloquear a determinados contactos en el whatsapp. Por lo visto en su móvil tenía restringidas a todas sus anteriores parejas. A mi me pareció algo pueril.
Lo gracioso fué que hizo referencia a esta situación como si fuese algo divertido. Como si el hecho de tener a un determinado número de amistades femeninas bloqueadas fuese un síntoma de su «supuesta» hombría. Su comentario me sonó a «mira todas las tías que querrían contactar conmigo pero las tengo que bloquear para que no me asedien porque yo no quiero nada con ellas».
La sensación de que aquel no era un comportamiento apropiado para un hombre que rondaba los 50 años, se apoderó de mí en aquel preciso instante. Y no iba, para nada, desencaminada. Empecé a sentirme incómoda. Una vocecita dentro de mí me susurró al oído: «tú serás la siguiente en esa lista de bloqueadas si sigues por este camino».
Era la voz de la sabiduría, hablándome directamente. Me gritaba: «tú te mereces algo mejor». Supe en ese preciso momento que aquel consejo era totalmente cierto. Y, sin embargo, una vez más, a pesar de tener esa certeza, lo ignoré por completo.
Necesité unos cuantos meses más y unas cuantas evidencias más de aquella inmadurez para ser consciente de que estaba yendo por el camino equivocado. El Universo, tan sabio él, buscando tan sólo ayudarnos en nuestro crecimiento, se afanó en ponerme delante evidencias de lo que me negaba a ver, cegada por una falsa y superflua belleza.
Ahora, cuando la duda osa querer adueñarse de mi, cuando pretende que la mente le gane la batalla al sabio corazón, le devuelvo un guiño interno y una sonrisa a la vez que le digo que yo tengo el poder de decidir qué consejos bloquear y cuales deben seguir en mi lista de amistades.
«La mente intuitiva es un regalo sagrado,
y la mente racional un fiel sirviente.
Hemos creado una sociedad que honra al sirviente,
olvidando el regalo»
Albert Einstein