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Lluvia

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«Lluvia». Así se llamaba una de las primeras canciones que había compuesto con su Alhambra. Ella no tenía ni idea de que era músico, ni tampoco de que su talento estaba tan oculto en su interior.

Ahora, después de varios meses de relación, comprendía que su guitarra era el vehículo perfecto para transmitir todo lo que sus palabras no llegaban a revelar. Había en él demasiado dolor y sólo con la música era capaz de sacarlo fuera.

Todas sus canciones eran tristes y melancólicas. Hablaban de decepciones, de desengaños, de  soledad, de incomprensión. Y sus cuerdas tañían notas que ocultaban un sinfín de lágrimas reprimidas.

Cuando se conocieron, lo primero que llamó su atención fue su gran sonrisa. Lo segundo, ¡para qué negarlo!, el atractivo que desprendía aquella imagen. Pero, como era bastante cautelosa, decidió no confiar demasiado en una mera foto enviada por whatsapp e ir un paso más allá.

Necesitaba escuchar su voz, su tono, su timbre, sus palabras, su vocabulario, prestar atención a lo que decía y, sobre todo, a cómo lo decía. Su inteligencia en definitiva. Y una forma de contrastar su existencia o ausencia era a través de una conversación sin teclas de por medio.

Sonó el teléfono. Contestó. Al otro lado una voz penetrante y masculina se presentó con educación. Hablaba con un tono de voz bajo pero firme y seguro. No sabía muy bien por qué pero para ella la voz de una persona era algo determinante. Estaba convencida de que revelaba bastante sobre la personalidad de su dueño. Y la suya tenía el timbre apropiado. Pensó que era un buen indicio y que podría llegar a gustarle.

Siguieron conversando y ella continuó analizando todos sus matices y sacando sus propias conclusiones. Su voz era agradable, fuerte, amable y suave al mismo tiempo. La conversación era natural, expresaba sus opiniones de forma directa y respetuosa. Irradiaba seguridad y credibilidad. Nada de agresividades ni debilidades. Transmitía calidez y presencia. Se mostraba atento a sus comentarios y réplicas, lo cual ella interpretó como un indicativo de educación.

Odiaba las voces frías y nerviosas, por no hablar de las conversaciones aburridas. Escuchar al otro lado a un hombre con voz de niño le resultaba incómodo. Creía que no imponía autoridad, credibilidad ni seriedad. Las voces apagadas le transmitían falta de seguridad y las conversaciones en las que el otro interrumpía y atropellaba constantemente, una total ausencia de respeto.

Aquella primera conversación se alargó durante más de dos horas. Se sentía cómoda con las sensaciones que le transmitía aquella voz al otro lado del invisible hilo telefónico. Era enérgica y potente. Sonaba realmente seductora. Y él era consciente de ello.

Mientras le escuchaba pensó que encajaba a al perfección con aquella imagen del galán atractivo de la foto, recibida en su móvil dos horas antes. Empezó a fantasear imaginando si el resto de su lenguaje corporal encajaría con aquella voz.

Su discurso, claro y transparente, teñido con un cierto aire de seriedad para mantener el misterio, le reveló que se sentía tranquilo y seguro conversando con ella. Ella también tenía una voz dulce y agradable. Y, cuando se lo proponía, sabía como conseguir que los hombres sacaran su verdadero yo a la superficie.

Aquella noche empezó a confiar en él. Y él empezó a pensar seriamente en que a ella sí podría dejarle ver las heridas de su corazón. Decidió mostrárselo, tímidamente, el día que le dejó escuchar la melodía de aquella canción.

Mientras escuchaba aquella impactante melodía, comenzó a ver quién era él en realidad. Su voz era el escondite perfecto para el niño herido que había en su interior.

«Hasta que lo inconsciente se haga consciente,
el subconsciente seguirá dirigiendo tu vida,
y tú le llamarás destino».

Carl G. Jung

 

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