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Lo que juzgas, te pertenece

Aquello que juzgas en el otro siempre es un reflejo de algo que ya está presente en tu vida, consciente o inconscientemente.

El juicio simplemente se manifiesta para que tomes conciencia, para que veas qué parte de tu propia historia debes trascender, debes soltar, debes sanar.

Y te pondré un claro ejemplo como el agua para que veas de qué estoy hablando.

Imagina una persona homófoba, cuyo “juicio” va dirigido hacia las personas homosexuales, bien sean hombres o mujeres.

Imagina en este caso que es un varón el que tiene esta inclinación a juzgar a la persona por su orientación sexual.

Este hombre verá en todo aquel que sea gay o lesbiana el blanco perfecto para sus críticas, insultos, odio, discriminación y menosprecio. Y, dado que se trata de un varón, el juicio será, con bastante probabilidad, mucho más duro hacia los que de su mismo sexo, hombres como él.

¿Y qué ocurre cuando juzgamos a algo o a alguien? Muy sencillo: que la vida nos pone delante de nosotros situaciones para que veamos a través de ellas el reflejo de lo que está en nuestro interior.

Así, en la vida de ese hombre entrarán personas con esa tendencia que él juzga para ayudarle, pero lejos de verlo como una experiencia que le sucede para su propio beneficio, vivirá estas situaciones como ataques personales.

Quizá ocurra que la mujer que elige para compartir su vida resulte que tenga un amigo íntimo que sea homosexual, que sea como un hermano para ella y con quien está muy unido, tanto que se convierte en el padrino de su boda. Nuestro protagonista, que carga con la herida de la homofobia, verá esa relación como un constante ataque hacia su persona, y tachará a su pareja de insensible por no tener en cuenta su forma de pensar y porque ella no le escoge a él en vez de a su amigo.

Así, cada vez que ese «amigo» de su mujer pone un pie en su casa, delante de él finge para tener la fiesta en paz, pero cuando sale de su hogar da rienda suelta a todo su odio y lo descarga en su pareja, a quien culpa por tener una relación amistosa con una persona así. Le reprochará a su pareja, a la mínima ocasión, que tuvo el mal gusto de obligarle a compartir el altar el día de su boda con un “maricón”, menospreciando con esta actitud a su mujer cada vez que descalifica a su amigo.

Quizá ocurra que su mujer termine cansándose de la actitud de su marido, se de cuenta de que sus valores no están en la misma linea y decida poner punto final a este matrimonio con un hombre homófobo. Y cuando eso suceda la vida le volverá a poner delante la misma historia a través de sus hijos. Porque sigue juzgando la homosexualidad como un pecado mortal.

Y así, el protagonista de este relato, que ya no tiene en su vida a esa mujer, a quien atacar, revivirá la misma historia a través de su primogénito, varón como él, al tener este como mejor amigo nuevamente a un chico homosexual.

Y como no hay dos sin tres, otro de sus descendientes, varón igualmente, decidirá sacar su lado femenino, su lado más “gay”, dejándose el pelo largo, pintándose las uñas o disfrazándose de princesa, para colmo de su padre, quien “juzgará” ese comportamiento como inapropiado.

Pero, en realidad, ¿cuál es el trasfondo de esta historia?

Esconde vergüenza, esconde miedo, esconde dolor, esconde historias de ese padre y, con toda probabilidad, de alguien más arriba en su árbol familiar.

Porque la resonancia de nuestro protagonista no sólo la va a vivir con su pareja y sus hijos, sino con otras personas de su familia que salen del armario y que vive como una enorme tragedia, una deshonra, una mancha.

Si el protagonista de este relato decidiera ver más allá de sus juicios, se daría cuenta de que probablemente el desencadenante de todo su odio hacia los homosexuales tenga su origen en un episodio que él mismo vivió en su infancia, cuando un hombre intentó abusar de él “dándole por culo”.

Quizás si indagara un poco más se sorprendería al descubrir que probablemente no habría sido el primero en su familia que haya vivido una situación similar.

Sin embargo, nuestro protagonista, en vez de buscar respuestas, optará por afiliarse a un partido político de tendencia ultraderecha, homófobo y xenófobo, declarando así, a los cuatro vientos, sus prejuicios, declarando inconscientemente, la herida de su niño interior.

Porque como en la familia está mal visto hablar de estas cosas, mejor hacemos algo que sí sea aceptado y atacamos a las personas que nos han ofendido, inconscientemente, en el pasado, en nuestra infancia, a nuestros ancestros… Declarar tu militancia política está mejor visto que declarar que has sufrido intentos de abuso cuando eras niño por parte de una persona de tu mismo sexo.

Ese niño herido optará por hablar mal del colectivo gay a sus espaldas y no se atreverá jamás a decirle a la cara a ningún homosexual lo que piensa de él, un claro reflejo de aquel intento de abuso que él sufrió “por la espalda”.

El inconsciente es tan sutil…    

«Si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos»

Oscar Wilde
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