Hoy al despertarme recordé a una persona que, en cierta ocasión, acudió a mi para hacer terapia.
Después de conversar sobre su conflicto, cuando llegó el momento de abordar el tema de mis honorarios me comentó que no disponía de dinero para invertir en sí misma. Le dije que no se preocupara por el dinero y que, si realmente deseaba solucionar su problema, no permitiera que fuese un obstáculo al tiempo que le ofrecía la posibilidad de hacer la terapia a cambio de que me abonase el coste de la misma cuando pudiese. Si bien de entrada aceptó encantada mi ofrecimiento, lo cierto es que, tras darle las pautas para comenzar, no volví a saber de ella.
Aunque algo en el interior de esta persona le decía que conmigo podía encontrar la solución a su problema, tenía resistencias y no estaba preparada todavía para sanar y cambiar. Cuando llegó a mi lo hizo con la excusa perfecta en su mente para seguirse autosaboteándose: la falta de dinero. Pero cuando yo eché por tierra su limitación, ofreciéndole un pago aplazado, el bloqueo se presentó por otro lado: el de que estaba muy ocupada para ponerse con lo que yo le había indicado y que no era el momento.
He comprobado, en repetidas ocasiones, que muchas personas ponen como excusa el dinero cuando se trata de costear una terapia y de invertir en uno mismo, pero luego, cuando les ofreces la posibilidad de acceder a ella tampoco aprovechan la oportunidad. Porque, en realidad, no quieren cambiar. No quieren hacerse responsables. Prefieren seguir en su comodidad, en la conocida “zona de confort” donde se está tan bien haciendo lo mismo de siempre.
Hubo un tiempo, en el que ofrecía sesiones completamente gratuitas a mis amistades. En nuestras conversaciones les contaba que había logrado algo haciendo tal cosa y ellas me pedían que les contara más. Les daba recomendaciones, les proponía que hicieran ciertos cambios, pero al final, según ponían un pie fuera de mi casa, todas mis propuestas quedaban en agua de borraja. Y es que, algo que también he comprobado una y otra vez es que, cuando ofreces algo gratis, la gente no lo valora y por ende, no implementan las recomendaciones que tú les propones como solución a su conflicto, no ponen nada en práctica y, en consecuencia, no obtienen ningún resultado.
Porque la historia es la misma de siempre: estas personas buscan quejarse, desahogarse y que alguien empatice con su situación. Dicen querer cambiar las cosas, pero cuando les ofreces la solución en bandeja, se buscan excusas y no hacen nada, a pesar de contar con claros indicios de que puede servirles de ayuda. Porque no valoramos lo que nos dan gratis. Pensamos “si no me lo cobran, quizás sea porque no valga demasiado”.
Además, en el mundo de las terapias alternativas y de la espiritualidad, parece ser que cobrar por los servicios no se valora del mismo modo que algo físico y tangible e incluso. Hay quienes consideran que su precio es demasiado caro o que incluso no deberían de cobrarse. Sin embargo, estoy segura de que ninguna de estas personas esperaría entrar en el Corte Inglés y salir de allí con un bote de Chanel Nº5 por la cara. Como tampoco nadie espera hacer la compra de la semana para llenar la despensa y salir del supermercado sin pagarla.
Pero con las terapias no ocurre lo mismo. Al ser algo que no vemos físicamente, que no podemos tocar, que no podemos ver con nuestros propios ojos para comprobar si nos gusta o no, que no podemos probarnos como cuando nos compramos una chaqueta, que no podemos ver si funcionará o no, no le damos el mismo valor.
Porque, en el fondo, lo que ocurre es que no confiamos en su resultado. Aunque lo que realmente ocurre es que en quien no confiamos es en nosotros mismos, en que seamos capaces de poner en práctica todo lo que nos diga el terapeuta en cuestión.
Y nos autosaboteamos.
Por otro lado, el terapeuta al que le sucedan este tipo de episodios, haciendo un ejercicio de autoindagación, verá que si este es el tipo de cliente que llega continuamente a él, esa situación habla del valor que se otorga a si mismo, para decidir que su tiempo tiene un coste, el mismo que el bote de Chanel. Habla de si él valora lo que hace y considera que sus servicios tienen un precio que merece ser abonado en el momento que es puesto a disposición del cliente.
Nadie regatea con el dependiente del Corte Inglés para obtener ese perfume tan caro a precio del Eau de Toilette de la droguería de la esquina. Si quieres oler a Chanel Nº5 tendrás que pagar el perfume, sino me temo que seguirás usando la colonia del todo a cien. Y con las terapias es lo mismo. Si deseas algo bueno, deberás invertir y pagar lo que vale.
En mi caso, me di cuenta de que, con esta situación, no sólo estaba en juego mi autoestima y el valor que me daba a mi misma como terapeuta sino que también repetía las historias de mis padres.
Mientras me dediqué a trabajar por cuenta ajena no tuve ningún problema para cobrar la nómina a fin de mes puntualmente. Pero cuando decidí trabajar por mi cuenta, repitiendo así el mismo programa de mis padres, fue cuando aparecieron los conflictos.
Mis padres también ofrecían sus servicios por adelantado y, en demasiadas ocasiones, terminaban por no cobrarlos. Y no sólo eso, sino que, cuando conseguían que les pagaran, lo hacían a un coste muy elevado: el de perder la relación con la persona en cuestión por reclamar únicamente lo que les pertenecía.
Mi padre perdió el contacto con uno de sus sobrinos predilectos cuando le pidió que le abonara varios miles de pesetas que él había adelantado en concepto de madera y materiales para reformar su bar. Mi primo acusó a mi padre de que, por su culpa, había tenido que pedir una hipoteca para pagar el trabajo que había realizado en su negocio. Pero ¿dónde queda la responsabilidad de mi primo? ¿acaso él no debió pensar, antes de acometer semejante reforma, si podía costearla o si iba aprovecharse de la buena voluntad de mi padre y de que fuese uno de sus sobrinos favoritos? Mi padre le había ofrecido que le fuera pagando, mes a mes, lo que mi primo buenamente pudiese, en un acto de generosidad, pero lo que ocurrió fue que pasó el tiempo, mi padre terminó la obra y no vio un duro durante meses hasta que un buen día se presentó en su casa, exigiéndole que le pagara todo lo que le debía porque él también tenía facturas que pagar, harto de esperar y de confiar en su inexistente buena voluntad. A raíz de esa reclamación la relación entre ambos se rompió y la comunicación con su hermana y su madre, quienes compartían casa con ese sobrino, se deterioró por completo.
En otra ocasión, recuerdo que un vecino, bastante adinerado para más inri, le pidió a mi padre que le hiciera unos moldes de madera para encofrar unas columnas redondas para que adornaran la fachada de su negocio de hostelería. Nunca logró cobrar su trabajo a pesar de reclamárselo en repetidas ocasiones y ver cómo el restaurante rebosaba de clientes todos los días.
Estos no fueron los únicos episodios. Con otros vecinos y conocidos tuvo el mismo problema: una y otra vez adelantaba su trabajo a personas que podían pagarlo para luego no cobrar, algo que generaba conflictos con mi madre, quien, lógicamente, le decía a mi padre que fuese a pedir lo que le debían, que había que poner comida en la mesa para su familia.
¿Y mi madre? Pues a ella le pasaba exactamente lo mismo, porque el juicio que vemos en el otro es nuestro propio juicio.
Mi madre también tardaba semanas en cobrar las prendas de ropa que hacía para sus clientas, que, al igual que en el caso de mi padre, solían ser vecinas, conocidas o familiares, que le decían que ya le pagarían, basando su respuesta en la relación de confianza que mantenían.
Pero como bien dice el refranero, tan sabio él: “la confianza da asco”.
Al final mi madre se hartó de andar detrás de la gente para que le pagara y decidió que, antes de comenzar ninguna prenda, cobraría una parte de su trabajo por adelantado y que no entregaba ninguna prenda si antes no le abonaban la misma íntegramente. Lo recuerdo porque me pidió que le hiciera un letrero bien grande enmarcado para poner a la entrada de su taller y, desde aquel momento, no volvió a tener problemas para cobrar por su trabajo, aunque perdió alguna que otra clienta. Curiosamente fueron las más adineradas, las que “aparentaban” a costa de ir pidiendo que les fiaran en todas partes, las que más problemas pusieron ante las nuevas condiciones de pago de mi madre.
Pero el problema, al final, no es de la persona que no paga tus servicios, es tuyo, si es que esto es lo que te ocurre, porque no te valoras lo suficiente, que era lo que les pasaba a mis padres. Ellos pensaban que tenían que regalar su trabajo, adelantarlo para poder demostrar así su valía y que, una vez visto el resultado de su habilidad, entonces podían cobrar. Pero eso tampoco ocurría, porque había igualmente un programa inconsciente con el dinero transmitido de generaciones anteriores.
Yo, simplemente, repetí sus conflictos, porque eso es lo que ocurre en los árboles: repetimos la misma historia de nuestros antepasados hasta que decidimos cambiarla.
Al final me di cuenta del trasfondo del conflicto de mis padres, y por consecuencia, también del mío. A mi toda la vida me habían repetido que “no servía para nada” y el manido “tú qué sabrás”. Así que, fiel a esas creencias inconscientes, durante un tiempo opté por formarme constantemente para cubrir esa carencia que sentía de “no saber nada” y de aprender más y más cosas para “servir para algo”. En consecuencia, si no se y no sirvo, lo que hago tampoco tiene valor para los demás, así que ¿por qué habrían de pagarme por ello?, razón por la cual la vida me ponía delante a esas personas que llegaban a mi sin dinero.
Pero como he dicho más arriba, este relato tiene dos vertientes, la del terapeuta y la de la persona que llega a él.
En estos años de experiencia ayudando a otras personas he podido constatar que sólo aquellas que deciden invertir en sí mismas son las que obtienen resultados. Las únicas. Las que acuden a mi sintiendo que yo soy la persona indicada y que desean sanar y están en ese momento de la vida en el que han tocado fondo, en que el dolor es tan grande que sienten que ha llegado el momento de dar el paso, encuentran el modo de pagar las terapias y no ponen excusas a la hora de poner en práctica lo que yo les digo que hagan. ¡Y vaya si cambian!
Las demás siguen encontrando motivos para fracasar. Una y otra vez. Yo tengo un sexto sentido para saber quién, de las personas que acuden a mi, va a lograr su objetivo y quien no. O quizás sea deformación profesional de PNL que con solo escuchar el lenguaje que emplean se por qué camino eligen transitar…
Cierto día, no hace mucho, acudió a mi una mujer con una situación muy delicada de malos tratos y abusos por parte de su madre y sus hermanas. Se trataba de una clara dependencia de la que ella insistía que deseaba salir y quería que yo la ayudara a lograrlo.
Le contesté que si sentía que yo era la persona indicada para ayudarla yo estaba dispuesta a acompañarla y comenzamos la terapia si bien, algo dentro de mi me decía que ella no estaba preparada. No sólo eran los indicios que pude ver, desde la primera sesión, de todos sus autosabotajes: llegar tarde a las sesiones, cambiarlas de día y de hora, no realizar las tareas propuestas, poner siempre excusas… Yo podía sentir sus resistencias internas, escondidas en una depresión de la que decía no podía salir. Amablemente le hice ver que, con esa actitud, difícilmente podía ayudarla, que ella tenía que hacerse responsable de su vida, tras lo cual me dijo que “no vibraba” con mis métodos y que prefería dejarlo, a lo cual le contesté que lo entendía perfectamente y respetaba su decisión. Mi intuición había sido acertada una vez más: esa mujer no estaba preparada para dar el salto, aún no había tocado fondo, no le dolía lo suficiente como para hacerlo.
En otra ocasión, trabajé con una mujer que tenía problemas con su trabajo. El cambio pasaba por sanar la relación con sus padres, especialmente con su madre. Abordé este tema con ella de forma gratuita durante varias sesiones, pues teníamos una relación de amistad, aunque, tristemente, debo decir, que no obtuvo resultados porque se negaba a soltar la relación dañina que tenía con su madre. Seguía atada a una dolorosa fidelidad familiar, buscando todavía el amor de mamá que no tuvo de niña y soportando situaciones de una violencia increíble, tales como que su propia madre la agrediera físicamente en plena calle, a la luz del día, a sus más de 40 años.
Hace unos días me contactó otra buena mujer cuya principal inquietud radicaba en saber si mis terapias “tenían garantía” y si le devolvía el dinero si no funcionaban. Sonreí y le dije que el hecho de que funcionaran o no sólo dependía de ella. ¿Imaginas lo que ocurrió? Efectivamente, no volví a saber de ella. Y mejor, porque, en ese estado, no iba a poder ayudarla. Estaba buscando la excusa perfecta para no invertir en sí misma.
En realidad, estas buenas mujeres (y otras muchas) no estaban preparadas para cambiar.
Lo se, porque en su día yo estuve en esa misma situación, no hace tanto tiempo.
Cuando todavía estaba casada, comencé a buscar ayuda. Recuerdo que mi primer terapeuta fue una mujer del equipo de Laura Gutman, con quien tan sólo tuve una sesión. Acudí a ella porque me sentía sola, perdida y la idea de divorciarme hacía tiempo que rondaba mi cabeza, pero no me atrevía a dar el paso.
Aquella terapeuta llegó a mi vida para decirme lo que yo necesitaba escuchar, que me había enfrascado en aquel matrimonio siendo una niña herida, que estaba repitiendo la historia de mis padres y que la solución era divorciarme, que el padre de mis hijos tendría que pasar una pensión que me ayudara a su manutención y que yo podía trabajar desde mi casa para seguir cuidando de mis hijos, que era lo que más me aterraba. Me dijo que ella podría ayudarme para dar los pasos necesarios, para empoderarme, para sanar mis heridas de infancia y me dijo cuáles eran sus honorarios.
No volví a concertar una segunda cita con ella. En vez de eso me limité a decirme que su terapia era demasiado cara y no podía costeármela. Pero, siendo honesta conmigo misma, lo cierto es que, en los apenas 45 minutos que hablé con ella, me caló a la perfección. Me dijo cosas que me dolieron porque eran ciertas, pero yo no estaba preparada para seguir escuchando tales verdades sobre mi misma y me autosaboteé poniendo como excusa el dinero. Años más tarde terminé haciendo lo que ella me había propuesto y cuando di el paso de divorciarme le envié un correo agradeciéndole la conversación que habíamos tenido, ya que, gracias a ella, se había despertado algo en mi interior.
Y es que el dicho de que “cuando el alumno está preparado, aparece el maestro” es completamente cierto. Las personas que se cruzan en nuestra vida siempre lo hacen para dejarnos una enseñanza, por pequeña que sea. Pero no siempre nos apetece pararnos a observar qué es lo que tienen para nosotros, el regalo que nos traen. Y cuando nos ofrecen esos regalos, la mayoría de las veces, no les damos valor.
A veces regalamos tiempo a personas que no lo valoran. Regalamos amor a personas que no lo merecen. Regalamos nuestro trabajo a personas que no lo aprecian. Regalamos salud a personas que nos la desgastan. Lo hacemos porque, inconscientemente, estamos buscando otra cosa.
Así que, mi propuesta de reflexión para el día de hoy tiene varias vertientes relacionadas con el relato anterior.
Te propongo que te pares a pensar, por un lado, si cuando alguien te regala algo, lo valoras y lo aprecias de corazón.
Y por otro lado, que pienses si te valoras a ti misma a la hora de regalar lo que sea que regales a los demás y que analices, si ese es el caso, el motivo por el cual regalas eso que sale de ti, inconscientemente, y de si estás repitiendo algún patrón familiar de tus antepasados.
Yo, por mi parte, hoy decido sanar la historia de mis padres, esa a la que seguía, en cierto modo, siendo fiel regalando mis servicios o permitiendo que me pagaran cuando buenamente pudieran, valorándome a mi misma y lo que hago, cambiando mi forma de trabajar. Porque así me honro a mi misma, honro mi poder y mi capacidad para cambiar la historia. Haciéndolo diferente honro igualmente a todos mis antepasados que no supieron hacerlo de otro modo. Por todos ellos yo decido hacerlo diferente y me doy permiso para que así sea.
Si tú, que me lees al otro lado, sientes que, de algún modo, yo puedo ser la persona adecuada para ayudarte en el proceso que estés viviendo, y decides acudir a mi, te pido que lo hagas sólo si realmente estás comprometida para dar ese paso, si estás dispuesta a invertir en ti misma: tiempo, dinero y trabajo para lograr hacer realidad tu cambio, tu objetivo, tu sueño, tu meta.
Los sueños se cumplen. Nada es imposible en esta vida, por muy difícil que te parezca. Lo sé por experiencia. Pero debes estar dispuesta a hacer todas esas cosas incómodas que, a día de hoy, sigues poniendo como excusa, para lograr hacerlos realidad. Quizás debas sanar la relación con tus padres, alejarte de esa pareja tóxica, dejar de pasar tiempo con amigos que no te impulsan a ser tu mejor versión, cambiar tus malos hábitos por un buen libro, dejar ese trabajo que no te satisface y buscar algo que te llene, mejorar tu salud cuidándote más…
Pero lo que es una ley universal indiscutible es que “si sigues haciendo lo mismo de siempre, obtendrás los mismos resultados de siempre”. Es la Ley de la Atracción en estado puro. La mayoría de la gente dice no funciona pero créeme, siempre funciona.
Te guste o no.

«Locura es hacer la misma cosa una y otra vez y esperando obtener resultados diferentes. Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo»
Albert Einstein
Hola Bego. Me ha gustado tu escrito. Y tienes toda la razón. Nosotros nos auto saboteamos para no cambiar. Pero yo creo que he tenido casi siempre otro problema. Este es que a pesar de que me costaba gastar el dinero para invertir en mi crecimiento con cursos y talleres, lo hacía porque sentía que me iban a venir bien, pero luego apenas me han aportado. A veces no me ayudaban nada, y creo que perdí mi dinero. Yo me ilusionaba y comprometía con mi cambio, así que pagaba el dinero pero no veía cambios. Con muy pocas inversiones de cursos he podido ver cambios. Entonces me surge la duda de si puedo tener alguna creencia limitarme que me haga tener este problema, y como puedo encontrarla exactamente. Gracias.
Dices por un lado que «te costaba gastar dinero para invertir en ti». Esta frase, que de entrada puede parecer trivial, a mi me indica resistencias o, como tú bien dices, creencias que te estén limitando, como si no te permitieras obtener lo que esos cursos tienen para ti.
A veces lo que ocurre es que nos apuntamos a un curso, terapia o taller con la energía inadecuada, sin CREER en ella, dudando de si dará resultado y, por resonancia, eso es lo que nos ocurre, que las dudas acaban por hacerse realidad.
Y luego está la parte de la constancia y la paciencia a la hora de ver resultados.
Muchas personas llegan a mi pidiendome una solución rápida, de hoy para mañana, y no se dan cuenta de que cambiar cualquier hábito, por pequeño que sea, requiere su tiempo. Tiempo para reprogramar la mente haciendo cosas diferentes.
Y te pongo un ejemplo muy sencillo: cuando yo les digo a mis clientas que tienen que comenzar a leer media hora al día TODOS LOS DÍAS SIN EXCUSA la mayoría me dicen que no tienen tiempo, y este ejemplo aplica para todas las propuestas que yo hago, nos buscamos excusas y luego decimos que la terapia no funciona. Muchas personas quieren la solución rápida pero no están dispuestas a hacer todas las cosas incómodas que se necesitan TODOS Y CADA UNO DE LOS DÍAS para lograr ver resultados.
Espero que te haya servido de ayuda y gracias por tu comentario.
Cuando dije que me costaba gastar dinero para invertir en mi, me refería a que como he gastado ya mucho dinero (más de 3000-4000 euros) en talleres, cursos, libros,.. y he visto pocos resultados, pues aunque hay cursos que me llaman, me cuesta pagar ya más dinero. Tengo que estar muy segura. Porque una cosa es invertir en uno mismo, que es lo que hay que hacer, y otra el gastar el dinero porque no se obtienen resultados ni a largo plazo…
Por otro lado, estoy muy segura de que la mayoría de veces, quizás no todas, lo hacía con mucha ilusión y ganas. Y sé que me he comprometido con mi auto crecimiento, así que pongo de mi parte e invierto tiempo a diario.
Por eso te lo comentaba, porque quizás tenga creencias o resistencias que me impidan hacer mejor uso de estos cursos, o quizás esas creencias hagan que elija hacer cursos que no me funcionen,.. o no sé. Pero tiene que haber algo porque yo pongo mucho mi parte ( con tiempo, dinero, motivación, compromiso, cambiando hábitos,…), y pocos cambios he notado afuera….
Se te ocurre algo que me pueda ayudar a reconocer el problema, o identificar creencias,..? O algo que me ayude ?
Muchas gracias, Bego
Pregúntate ¿qué pasaría en tu vida si todo lo que haces funcionara al 100%? ¿Cómo cambiaría, qué sería diferente, qué mejoraría?
Y una vez que tengas esas respuestas (es un ejercicio para el que deberás tomarte tu tiempo en reflexionar) pregúntate ¿está permitido en mi familia que alguien tenga/sea todo eso que lograría cambiando mi vida? ¿qué fidelidad rompo si logro todo esto?
Feliz tarde Cristina.