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Yo soy suficiente

Después de mi paso por la Universidad, cuando ya me había consolidado como una reputada Gerente de Superficies Comerciales, la herida de no sentirme suficiente, que arrastraba desde mi infancia, me llevó a decidir aumentar mi formación cursando un Máster en Comercio Exterior.

Así fue cómo me embarqué en una formación de posgrado que fue un completo desastre, porque no la escogí desde el amor, sino desde la carencia.

Durante años, tanto el título de Licenciada en Ciencias Económicas como el del Máster permanecieron guardados en los sobres oficiales donde me los habían entregado, en un estante del armario de mi habitación. Sólo en contadas ocasiones salieron de su escondite, únicamente para presentarlos ante algún puesto de trabajo al que optaba y acreditar mi formación.

Inconscientemente seguía sintiendo que no era suficiente y que no merecía la pena “exponer” aquellas acreditaciones de mis estudios, de forma pública. Incluso, en más de una ocasión, cuando entraba en algún despacho y veía todos los títulos de alguien colgados en la pared, sentía cierto rechazo, ante aquellas personas que exponían abiertamente y sin tapujos, todos los logros académicos que habían alcanzado.

Y es que ya se sabe: aquello que te molesta de los demás, tiene que ver contigo no con el otro. Lo que yo veía en todas aquellos marcos expuestos era lo que yo misma no me atrevía a hacer: mostrar al mundo con orgullo todo lo que yo había logrado con tanto trabajo, de ahí mi juicio.

Años más tarde, cuando decidí dar un giro profesional a mi vida, me apunté a un curso tras otro, con la excusa de que tenía que formarme a fondo en todas esas áreas en las que deseaba desarrollarme y de las que me decía a mi misma, no tenía suficientes conocimientos.

Así fue como terminé con otro posgrado y 10 títulos más a mis espaldas que avalaban todos esos conocimientos que yo acumulaba, año tras año.  

Pero nuevamente, todos esos títulos, emitidos por entidades privadas, lo único que hicieron fue apiñarse sobre los emitidos por organismos oficiales, en los mismos sobres, en el mismo armario, en misma la oscuridad.

Hasta que un día me di cuenta de lo que eso significaba, inconscientemente.

Yo misma estaba negando reconocer mi valía y mis conocimientos. Y por supuesto, toda mi experiencia acumulada a lo largo de los años, que era lo más importante, pues escondía mi talento, lo que se me daba bien.

Seguía “ocultándome” del mismo modo que escondía en el armario los papeles que daban fé de mis logros.

Al igual que mis padres se escondieron en su día y silenciaron su valía.

Porque no olvidemos que repetimos lo que hemos aprendido de quienes nos enseñaron, gracias a las neuronas espejo, las encargadas de copiar los comportamientos de quienes nos rodean.

Mi padre aprendió a tocar el clarinete de niño. La música le apasionaba, pero la relegó al olvido. En su cartilla militar pone que su profesión era músico, no carpintero. Ese era su sueño, que se fue a la tumba con él sin hacerlo realidad.

Mi madre era muy buena como peluquera y como cocinera, algo que igualmente le apasionaba, pero, al igual que mi padre, renegó de su potencial en estas áreas.

Así que, para honrar a mis antepasados decidí que había llegado el momento de enmarcar todos mis títulos y darles un lugar, poniéndolos a la vista en mi casa.

Escogí para ellos el salón donde hago formaciones y sesiones presenciales, una estancia que, cuando mis padres vivían aquí, era en la que se recibían las visitas, pues era la habitación de la cual se sentían más orgullosos. Toda aquella madera tallada parecía cual obra de arte levantaba la admiración de todos los que entraban en ella.

Curiosamente este salón, según el Feng Shui, se corresponde a la zona del “reconocimiento” de mi hogar, el que yo debo permitirme y aceptar. Nada es casual.

En esta misma pared, durante años estuvo colgado un gran cuadro con un marco dorado que, si bien me gustaba porque se trataba de una pintura con un río y una gran zona de árboles, había algo en él que al mismo tiempo me hacía sentir rechazo. Analizando a qué se debía esa sensación descubrí que a la izquierda de la pintura había una pequeña casa que parecía abandonada, como esos sueños que mis padres un día decideron dejar de atender.

Como esos títulos que yo tenía abandonados en el fondo del armario.

Decidí entonces descolgar ese cuadro y ponerlo a la venta y sustituir el oleo, que llegó a nuestro hogar al poco tiempo de que mi padre terminara su trabajo en el salón, como remate final, por todos los títulos que obtuve enfocados en lo que a mí realmente me gusta, en lo que se me da bien.

Curiosamente bajo ellos tengo un gran aparador donde descansan las fotografías de mis padres y mis abuelos. Las guardo ahí para que mis hijos conozcan sus orígenes, pero también para agradecerles a todos ellos la ayuda que, unas veces de forma positiva y otras a través de una experiencia negativa, me proporcionaron para que yo me convirtiera en la mujer que soy hoy.

Tan sólo es un acto simbólico, pero no olvidemos que son estos sencillos gestos los que van a la memoria familiar y al inconsciente. Porque todo es energía y la energía, ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma.

El verdadero cambio está en aceptar y reconocer que soy suficiente, sin necesidad de ningún papel que avale mis dones y talentos.

Pero cada vez que observe esa pared de mi casa recordaré que debo reconocer mi propia valía, reconocer que soy suficiente, que merezco hacerlo por mi y por los que estuvieron antes y que no pudieron hacerlo.

Por esa razón pongo al servicio de quien sienta que soy la persona indicada para ayudarle, toda mi formación, pero, sobre todo, mi experiencia, que es lo más importante, para poder acompañar a quien necesite transitar el sendero del cambio acompañado por alguien que ya lo haya recorrido.

Y me permito también aceptar, con orgullo, las bendiciones de todos mis antepasados para cambiar la historia, para hacer las cosas de un modo diferente.

«Mírate: gastas todas tus energías en ser normal y no lo consigues porque eres diferente!

Película: «Prácticamente Magia»
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