En este momento estás viendo Invisible

Invisible

  • Autor de la entrada:
  • Categoría de la entrada:Silencio
  • Comentarios de la entrada:Sin comentarios

Desde niña siempre tuve una extraña sensación. Era como si me sintiese invisible. ¿Dónde nació esa creencia de no ser vista por nadie?, ¿es algo mío o acaso lo he heredado de mis ancestros y, por fidelidad, simplemente estoy repitiendo un comportamiento que YA no me sirve?.

Y… ¿por qué razón?. Supervivencia. Única y exclusivamente. La parte cavernícola de nuestros antepasados sigue presente en nuestro inconsciente. ¿Qué hacer entonces para sobrevivir?. Alejarse del dolor. Buscar el amor.

Hazte invisible si así lo necesitas para subsisitir. Huye si ves que tu adversario es más fuerte. No te enfrentes si no tienes posibilidades de ganar. Sobrevive, sobrevive, sobrevive. Permanece fiel a tu clan. Porque si no estás en manada sólo te espera… LA MUERTE!!

No tengo consciencia de cuál fue el desencadenante de esta situación. Yo siempre creí que esa resistencia a tener niñas, que me acompañó durante años, se debía a la mala relación que había tenido con mi madre. Y no quería repetirla. O eso creía yo. Así que mejor tener hijos varones. Pero estaba equivocada.

Dicen que cuando el alumno está preparado, aparece el maestro. Y, mágicamente, una pequeña anécdota sobre mi infancia llegó a mí hace unos días. Descubrí que la secreta razón por la que mi tío materno había sido desterrado de su clan fue que era un hombre muy violento. Por lo visto tenía amedrentadas a todas las mujeres de la familia. Su madre (y abuela mía), mi madre y mis tías (sus hermanas) y la que fue su mujer. Incluso los animales que con él compartían su pequeña vivienda parecían tenerle pánico.

Pasó el tiempo y cada uno hizo su vida transitando caminos y países diferentes. Pero un buen día, ocurrió que él averiguó dónde vivíamos y decidió hacernos una visita. Mi madre, en lugar de alegrarse por volver a ver a su hermano, entró en pánico. Su miedo inconsciente a revivir alguna experiencia de su lejana infancia, la llevó a indicarme, muy asustada, que me escondiera debajo de la cama. Mientras, ella, escondida detrás de uno de los tabiques, observaba con temor cómo su hermano pegaba la nariz al cristal de la ventana en un alarde de audacia, al tiempo que gesticulaba diciéndome que me callara y que me quedara muy quieta.

Tras unos instantes, que a mi madre le parecieron horas, la curiosidad de mi tío pareció dar paso a la resignación y, viendo que nadie respondía a su llamada, decidió marcharse. Aquel día en mi inconsciente empezaron a grabarse una serie de mensajes: ¡los hombres son peligrosos!, ¡ten cuidado, no abras la boca ante ellos, cállate!.

Un poco más tarde, con mi entrada en la adolescencia, el mensaje se afianzó, esta vez con sangre, la de mi menstruación. Las únicas palabras que escuché salir de boca de mi madre fueron una mera repetición de lo que había sentido aquella tarde escondida bajo la cama: «a partir de ahora ten mucho cuidado con los chicos». Yo, sumida en la ingenuidad de una recién estrenada adolescente, no sabía ni a qué se refería.

Y, apenas unos meses más tarde, cuando rondaba los 12 años, todos aquellos miedos se materializaron cuando un amigo de mis padres intentó abusar de mí. Mi instinto de supervivencia hizo que lograra huir de él. Me encerré en el baño de su casa, donde yo, no se cómo ni a cuento de qué, estaba pasando unos días,  sin mis padres. En cuclillas, temblando, esperé a que su mujer llegara a casa para poder salir de mi escondite y decirle que tenía ganas de volver a casa. Cogí mis cosas, bajé corriendo las escaleras que separaban los cuatro pisos de la calle y me subí al primer bus que me llevó de vuelta a la seguridad de mi hogar.

Recuerdo perfectamente cómo por sorpresa se abalanzó sobre mí mientras yo veía tranquilamente la tv en el salón de su casa. Puedo verme corriendo por aquel pasillo en penumbra escapando de él. Si cierro los ojos veo el cerrojo, oxidado, en mis manos temblorosas. Ni siquiera sé cómo fui capaz de echarlo. Luego me agaché para que no me viese por una pequeña rendija de cristal que la puerta tenía en la parte superior. Deseaba volverme invisible. Aquel día empecé a odiar el rape. Él era mayorista de pejesapo en el puerto y todo su cuerpo apestaba a este pescado.

Hace 12 años nació mi primer hijo. Hace 12 años dejé un trabajo seguro y estable para dedicarme a ser madre. Hace 12 años opté por dejar que otra persona me ¿protegiera?. Esa supuesta protección no era real.

Cada vez que me quedaba embarazada aumentaba de peso, acumulando para una futura escasez. 12 kilos con el primer embarazo. Otros 12 con el segundo, y otros 12 con el tercero. Terminé pesando 85 kilos, 36 más de mi peso ideal. Y aquel primer hijo mío, a raíz de mi divorcio empezó a ensancharse, los mismos 36 kilos que yo iba perdiendo sin hacer nada, él los iba engordando. Por mera fidelidad hacia mí.

Hace un año me volví a sentir como aquella niña de apenas 12 años, desprotegida, pequeña, insignificante. Reviví de nuevo una situación de maltrato verbal con un hombre, y, al igual que aquella pequeña, no supe defenderme. E, inconscientemente, buscando aquella protección, empecé a acumular en mis caderas, exáctamente, 12 kilos, ni uno más ni uno menos. Sobrevive, sobrevive, sobrevive… ¡acumula para protegerte!

Hace apenas unos días que mi hijo mayor cumplió 12 años. Hoy, por primera vez, soy consciente de que mi temor por tener niñas era, en realidad, un deseo de protección hacia el sexo femenino. Es peligroso ser mujer en este clan, mejor ten varones que sabrán defenderse mejor que las niñas. Y ¡vaya si lo hacen!, mis dos hijos varones, para reivindicar esta carga transgeneracional, están todo el día a la gresca.

Hoy decido liberarme de la necesidad de seguir acumulando esos 12 kilos que ya no me protegen de nada. Hoy he perdido el primero de ellos, sin hacer nada más que tomar conciencia del significado que todo esto tenía para mí. Hoy tengo un nudo en el estómago, un nudo que, por fin, empieza a deshacerse.

Hoy espero, con esta toma de conciencia, haber liberado a mi hija de esta pesada carga. Ella es la única niña nacida de todos los primos de esta familia. El resto, siguiendo la fidelidad familiar, o no han procreado o han traído a este mundo, únicamente, varones.

«Cuando cambias tu manera de ver las cosas,
las cosas que ves cambian»

Wayne Dyer

 

 

 

[elementor-template id="808"]

Deja una respuesta