En este momento estás viendo El cuerpo grita lo que la boca calla

El cuerpo grita lo que la boca calla

Uno de los recuerdos más desagradables que guardo de mi infancia está relacionado con las visitas al dentista allá por la época en la que se me caían los dientes de leche.

Mi madre, con toda su buena fe, intentando que yo no repitiera sus problemas dentales que la hacían sentirse muy acomplejada, pues le faltaban varias piezas y decía que sus dientes eran muy feos, salía corriendo hacia la consulta del odontólogo cuando alguna de mis piezas comenzaba a moverse o alguno de los dientes definitivos asomaba, sin que el de leche presentara indicios de estar por la labor de cederle su lugar a su sucesor.

No recuerdo que ningún diente se me cayera de forma natural ni haber recibido la visita del ratoncito Pérez. En vez de eso mi madre me engarzaba los dientes en oro y me regalaba anillos y pendientes como si se tratara de un pequeño tesoro. Tesoro para ella porque a mi me horrorizaba llevar colgando mis dientes en las orejas y jamás me puse esos regalos, si bien los conservo de recuerdo.

Desde la antigüedad, el hombre se ha fabricado colgantes y otros adornos para llevar sobre su cuerpo de las partes de los animales que obtenía gracias a la caza. Pero yo jamás he visto en los libros de historia que se engalanaran con sus propios colmillos.

El dentista encargado de tal labor, a mi me daba pavor. Tenía la consulta en el pueblo de Betanzos. Rondaba los 60 años, siempre malhumorado y gruñón, no parecían gustarle demasiado los niños. Recuerdo que me miraba con cara de enfado cuando yo protestaba porque me hacía daño al extraerme mis dientes, que la mayoría de las veces, no estaban preparados todavía para despedirse de mi boca. Hace 40 años eso usar la anestesia para una extracción o un empaste, como ocurre ahora, era algo impensable. Y yo saltaba en la silla más que una pulga en el lomo de un perro.

Afortunadamente no he tenido que visitar a los dentistas en demasiadas ocasiones a lo largo de mi vida. Quizás esa memoria dolorosa hizo, inconscientemente, que evitara pasar por ese mal trago.

Pero hace unas semanas tuve que volver a poner un pie en una consulta odontológica, aunque la experiencia para nada tuvo que ver con la que guardaba mi memoria.

Mi dentista es una mujer amable y muy cuidadosa que conocí hace ya unos cuantos años, cuando buscaba un especialista respetuoso al que llevar a mis hijos cuando tenían problemas con sus dientes, porque no quería que grabaran en su memoria la misma experiencia dolorosa que yo tenía.

La última vez que puse un pie en una consulta odontológica fue hace 5 años, cuando mi primer molar superior derecho comenzó a darme problemas, poco después de que mi madre me dijera que tenía pensado venirse a vivir conmigo sin tener en cuenta mi opinión. El primer diagnóstico que me dieron fue que la muela era insalvable y que tenía que extraerla. No me convenció y pedí una segunda opinión, con otra dentista, que concluyó que el anterior diagnóstico estaba equivocado y me salvó la pieza, tras someterla a dicho proceso consistente en matar el nervio. El primero de los diagnósticos, el equivocado, me lo proporcionó la hermana de la que hoy en día es mi dentista, pues atienden ambas en la misma consulta. La solución me la dio otra especialista que era amiga de mi madre, y, como el conflicto era con mi progenitora, fue esa mujer a quien escogí para resolverlo.

Esta vez decidí que fuese la que asistía a mis hijos la encargada de solucionar mi problema, pues siempre me gustó su modo de proceder y practicar su oficio y además, comparto con ella el hecho de que nuestros nombres comienzan ambos con BE, ella Belén, yo Begoña, y que somos más o menos de la misma edad.

Nuestros dientes nos hablan, igual que cualquier parte de nuestro organismo. Cuando se produce una caries es porque el cuerpo reacciona a la interpretación del mensaje que esa pieza en concreto nos está enviando. Si el sufrimiento es mucho, da como resultado la necesidad de endodonciar el diente.

La descodificación dental permite tomar conciencia y hacerse responsable del sufrimiento que provoca la caries para no seguir sufriendo más. Pero también es cierto que la endodoncia y la reconstrucción posterior debe de realizarse a la par que el trabajo de toma de conciencia de la emoción que se está viviendo.

Los dientes son un espejo de nuestro espíritu y nos permiten ver y escuchar lo que no somos capaces de ver hasta que la pieza quiebra y nos obliga a tomar conciencia.

Los dientes, en general, cumplen con dos funciones principales: atrapar y descomponer el pedazo (alimento) para comenzar la digestión y morder para defenderse, por lo que los conflictos pueden deberse a no poder atrapar el pedazo, la presa, no poder morder, atacar, defenderse o no poder afirmarse, decir lo que queremos, etc. La función biológica de las muelas es “moler” y la raíz de los dientes está ligada a la voluntad.

La muela que comenzó a darme problemas en esta ocasión fue el primer molar inferior derecho, ubicado en el cuarto cuadrante, la pieza número 46. Los problemas en este cuadrante se relacionan con lo “concreto” en lo relativo al trabajo, la consideración en el mismo, la creación de una nueva empresa, la muerte y el renacimiento. En resumen: dificultad para concretar nuestra vida, por ejemplo, logrando el trabajo que queremos. Y justamente una parte de ese diente muere para que el resto siga vivo.

La vagotonía en los molares se presenta en fase de reparación de un conflicto de desvalorización, inseguridad e impotencia. Falta seguridad, estabilidad, anclaje y apoyo. Se produce la fase de resolución de un conflicto de desvalorización porque no podemos mostrar los dientes y “ladrar” a los demás, o no podemos expresar y guardamos ciertas palabras en la familia. Cuando el problema ocurre en la raíz se debe, generalmente, a un miembro de la familia que desearíamos perder (de vista, dejar de tratar…)

Según la especialista en el tema Estelle Vereeck, autora del “Diccionario del Lenguaje de los dientes” todo lo relacionado con nuestros dientes nos está transmitiendo un mensaje, desde la elección del facultativo que nos va a atender, cómo nos asiste, el número de la pieza, el problema que esta presenta, la solución propuesta… Según este tratado, los primeros molares inferiores encarnan a los padres cuidadores, que pueden o no ser los padres biológicos pero que se encargan de proporcionar las necesidades afectivas y materiales al niño. De adulto, papá y mamá están representados por un hombre o una mujer que encarna las cualidades maternales o de sostén, como la dulzura, la escucha… y que ofrece un sostén material o financiero.

Este diente encarna el anclaje material. Un problema en él revela un problema fundamental de seguridad a nivel material o afectivo. Destruir el molar que representa al progenitor en cuestión (en mi caso al padre o figura paterna/masculina) evita sentir la falta o el sufrimiento por la carencia afectiva o material, el abandono, un progenitor posesivo… La gravedad del problema con el diente es proporcional a la intensidad del sufrimiento vivido. La base de un problema en este diente se instala en un terreno de fragilidad en la infancia: padres poco presentes debido al trabajo, muchos hijos, afecto mal dosificado, inadaptación a las necesidades del niño (por ausencia o por exceso), etc. Mi padre siempre estuvo ausente.

Para el caso del diente 46 (derecha), la lesión hace referencia a que la persona rechaza al hombre (que puede estar representado por papá, una pareja, un amigo, un socio, un jefe…) pues supone que debe proporcionarle apoyo materia/afectivo y expresa la falta del mismo. En general, rechaza confiar en cualquier persona cuyos rasgos de carácter le recuerden inconscientemente al padre. Para el diente 36 (primer molar inferior izquierdo) sería lo mismo aplicado a la madre.

En mi caso no sólo tuve una caries que me provocaba dolor, sino que se me fracturó parte del diente, casi la mitad, hacia delante, un indicativo de que el sufrimiento es tan grande que la muela termina por quebrar. Cuando la fractura se produce mientras se mastica, se trata de bases inestables, una fragilidad heredada de la infancia, ligada, en mi caso, al padre.

Analizando la solución propuesta, en mi caso una endodoncia, esta habla de un abuso físico, emocional o psíquico. La persona siente que no es respetada en su territorio, sufre, se impone a sí misma una restricción intolerable que le impide expresarse en el ámbito relativo al diente en cuestión, y bajo este efecto, el diente termina por quebrar.

En mi caso, mi conflicto viene derivado por la merma económica que he sufrido al tener que hacer frente en los tribunales al padre de mis hijos en 3 procesos judiciales durante el año pasado, pues ese dinero que invertí en “defenderme en mi propio territorio (pues la forma de maternar a mis hijos era lo que él ponía en tela de juicio)” lo tenía reservado para otras cosas que ahora veo como se esfuman y ese dolor hace que el diente relacionado con papá/figura masculina, el padre de mis hijos, quien se supone que debe proporcionar sustento material y no malgastar los recursos que yo tenía destinados para mis hijos en defenderme de él, termine por romper.

Según Chrystian Beyer, experto en descodificación dental, el diente 46 es un medio para observar nuestros conflictos con la dinámica masculina y su poder. El terreno en el que se expresa esta energía masculina es, a nivel antropológico, el terreno de caza, y en un lenguaje más actual, el espacio profesional. Cualquier territorio que requiera la expresión de esta dinámica masculina se hallará en el origen de las afecciones observables en dicho molar. Palabras como poder, eficacia, capacidad, competencia, se encuentran pues en la base de sus numerosos sufrimientos mentales.

Las caries pueden, básicamente, ser de tres tipos (según se encuentre en el centro o hacia alguno de los otros dientes): mesial, oclusiva y distal. La que provocó mi dolor era principalmente mesial con parte oclusiva. La caries mesial anuncia un sufrimiento vinculado con la carencia de medios. “No tener los medios para…” es la frase que corresponde a dicha caries. Simbólicamente, retomando un término del ajedrez, representa al «ahogado». Aunque el jugador dispone de piezas para jugar, e incluso tiene más que su adversario, la disposición de las piezas de su adversario es tal que cualquier movimiento por su parte conlleva un escaque de mate, es lo que se llama tablas por rey ahogado: no ha perdido, no ha empatado pero tampoco ha ganado. Así pues, la caries mesial es una señal de que el sistema no posee los medios para llevar a cabo sus planes de futuro (esas cosas para las que yo tenía destinado ese dinero, entre ellas un viaje con mis hijos) y que, como consecuencia de ello, resulta inútil hacer proyectos.

A nivel de memoria transgeneracional, habrá que buscar los objetivos defraudados de los ancestros, las iniciativas de movimiento fracasadas, los proyectos fallidos, ya fuera por falta de medios financieros o como consecuencia de pérdidas financieras. Y en el caso de mi familia, hay de todo esto y más.

También habrá que indagar acerca de hombres “sometidos” o dominados (mi padre lo estaba por mi madre) pero también de mujeres que no pudieran estudiar por el simple hecho de ser mujeres (el caso de mi madre). Asimismo, se buscará a la madre que mantiene las hormonas masculinas bajo control para evitar la desgracia (nuevamente el caso de mi madre), siendo las desgracias que se suelen intentar evitar: violaciones, violencia, guerras, partida del hombre, pérdidas de dinero… y en mi familia tenemos el pack completo.

De uno mismo consigo mismo, esta caries requiere reconectar con la percepción de los propios deseos y no cercenarlos bajo el juicio analítico del mental que los proscribe.

Si analizamos el significado de la caries oclusal de este diente, esta está relacionada con un sufrimiento relacionado con la consecución, que no debe confundirse con el no-reconocimiento, sino con el saber que se “puede”, que se tiene fuerza y potencial, porque el padre está orgulloso de nosotros. A nivel de memoria transgeneracional, habrá que buscar el padre que menosprecia a sus hijos, que los rebaja. También al padre ausente, el que no se dignó jamás a mirar a sus hijos porque se fue o porque estaba muerto o simplemente ausente. Mi padre y mi abuelo paterno fueron así. También hay que buscar al hombre que se opuso al ascenso al poder de su hijo, el Urano que tiene miedo de ese hijo que ha de ocupar su lugar, tal como recoge la mitología griega. Y este fue el caso de mi abuelo materno, con su único hijo varón, a quien expulsó de la familia y que terminó mendigando.

De uno mismo, consigo mismo, esta caries habla de un sentimiento de incompetencia, de incapacidad, de inutilidad frente a los propios medios, de vivencias que se suelen expresar como una falta de confianza en sí mismo. Resulta importante entender que, para que el orgullo del padre actúe en nosotros, nosotros también debemos estar orgullosos de nuestro padre. En mi caso, ciertamente reviví esos sentimientos ante esta situación con el padre de mis hijos. Pero igualmente debo decir que quizás todavía deba ahondar en el sentirme más orgullosa de mi propio padre.

Así es la descodificación, la dental, pero también la de las enfermedades. Todo conflicto en un órgano de nuestro cuerpo responde siempre a una emoción anclada, callada, guardada, vivida en completo silencio… 

Y como no hay dos sin tres, salí del dentista y la muela exactamente inversa, comenzó a manifestar el mismo problema y ahora también estoy con una endodoncia con ella también. Es la pieza número 26, del cuadrante superior izquierdo, que encarna a la madre educadora y, en general, a la autoridad o a quien la representa. Este molar también habla de la necesidad de equilibrio, de lo que deseamos ser en la vida, de nuestros sueños de la infancia, el lugar que nos gustaría obtener para expresar nuestra sensibilidad. De ahí el conflicto con la autoridad, que nos impone frente a lo que nosotros deseamos.

Según Beyer, el molar 26 permite acceder a los datos relativos a los vínculos tejidos y mantenidos por la familia, de la madre, y está implicado en los conflictos de imagen de mujer. A esa “familia” es a donde uno regresa al atardecer después de una jornada de casa para recobrar fuerzas y descansar. Este diente nos permite observar la gestión de la dinámica de las necesidades, incluidas las del espíritu, pero también del equilibrio.

La caries mesial en el diente 26 revela el miedo a ser castigado, especialmente con la comida como herramienta de castigo: no tener el mejor trozo, que le sirvan el último o no tener derecho a comer en la mesa, o bien la memoria genealógica de un niño encerrado en algún lugar.

Mi madre me enviaba al desván a comer cuando me castigaba por no terminarme la comida…

Este castigo resuena con una memoria transgeneracional de un niño acogido por una familia que no tiene los mismos derechos que otros miembros. En mi familia fue mi madre la acogida por una vecina de la familia en tiempos de miseria.

Cuando la caries es distal (en el medio del diente) revela un conflicto con la privación con respecto a una memoria de guerra, la clásica problemática de no tirar la comida, relacionada con una memoria de hambre. Y este fue el caso de mi familia y el mío propio, pues no me dejaban levantarme de la mesa hasta que terminaba lo que me habían puesto y en nuestra casa no se tiraba nada de comida. Es más, hoy en día yo sigo haciéndolo pues, aunque ya no soy yo quien se lo come, se lo doy a mis animales. Y esto se lee de una forma que Beyer recoge como desvalorización: “lo que soy no vale la pena ser mejor alimentado” pues a los cerdos se les dan todos los restos, y en nuestra casa mi madre nunca cocinaba, siempre se cenaban… “los restos”.

En resumen, este molar del segundo cuadrante hace referencia a la familia y al lugar que dicho grupo nos otorga. A nivel de transgeneracional habrá que buscar un niño que fuera hijo de una persona distinta a la que le hizo de padre o madre, y, debo confesar que hace relativamente poco que descubrí algo relacionado justamente con este suceso en mi familia.

Y como nada es casual, ayer mismo, en una sesión con una clienta, ella misma me reflejó este conflicto, cuando en su propia familia el desencadenante hablaba de acusaciones de bastardía…

El cuerpo habla, siempre.

Y termina gritándote cuando no le haces caso a las primeras palabras.

No esperes a que sus gritos te dejen sorda.

El cuerpo habla lo que la mente calla

Carl G. Jung

[elementor-template id="808"]

Deja una respuesta