Como cada noche, antes de dormirme, terminé mi día dando las gracias por las cosas buenas que me habían ocurrido a lo largo de las últimas 24 horas. El día de ayer, especialmente, estuvo colmado de momentos de gratitud. ¿O quizás sea que presté más atención que otros días a todo lo bueno que me sucedió?
Así, tumbada en la cama observando las estrellas a través del tragaluz, dibujé una sonrisa en mi rostro en penumbra y comencé a repasar todos los momentos que me habían reportado felicidad.
Gracias A., por adoptar a estas ocho gallinitas de mi corral. Yo con seis tengo suficiente pero este año las muy pillas se escondieron entre los árboles para criar y tuvimos un boom de natalidad. Sé que en ese inmenso corral de tu jardín estarán mil veces mejor que en el mío. Gracias también por los deliciosos tomates recién salidos de tu huerta y por los botes de salsa casera recién cocinada que tan generosamente me regalaste, aún sin apenas conocerme.
Gracias L. y F., por la tarde tan agradable, por los momentos de inspiración y de motivación, por compartir siempre instantes de energía positiva y por ayudarme a recargar las pilas cada vez que disfruto de vuestra compañía.
Gracias N. y A., por esa visita inesperada cuando llegábamos a casa, por los alfajores y el dulce de leche que todos los años te afanas en traer en tu maleta para endulzar nuestras meriendas. Resultó ser el aderezo perfecto para las tortitas que nos sobraron del día anterior.
Gracias a mi madre por su deseo constante de ayudar a pesar de ser ella quien precisa de ello, en este momento, más que ninguno de nosotros.
Gracias a mis gatos por enredarse cada día entre mis piernas nada más salir al jardín. Porque aunque al principio me venga a la mente el hecho de que casi me caigo al suelo por tropezarme con su impetu, al bajar mi vista al suelo, sus miradas me dicen que sólo buscan mis caricias y mis mimos.
Gracias a la lluvia de las últimas horas, por regar la hierba del jardín, que ya había perdido su color verde por la falta de agua de las últimas semanas.
Gracias a mis niños por querer compartir la noche acurrucados en la cama conmigo en vez de dormir en su propia habitación. Por las discusiones por ver quien de los tres duerme pegado a mí. Por los miles de besos que me dan antes de cerrar sus ojitos. Por retenerme a su lado cuando me acerco para darles el beso de buenas noches, que se vuelven siete, nueve, doce y cuarenta y seis…
Por pedirme que me invente cuentos que tratan sobre una madre y sus tres niños reviviendo las aventuras que ese mismo día acaban de disfrutar. Por pelearse por ver quién será el que, mañana, de incógnito, se escapará de puntillas de su habitación a la mía mientras yo intento dormir sola.
Por tantas, y tantas muestras de cariño que, sin ni siquiera saberlo, me regalan todos y cada uno de los días que pasamos juntos. En este estado de gratitud, me quedé dormida, sin darme cuenta.
Hoy, una mañana cualquiera de verano, me desperté y comencé mi día, retomando el ejercicio de ayer por la noche.
Mientras ellos todavía duermen a mi lado, empiezo dando las gracias por este batiburrillo de pies que buscan los míos bajo las sábanas y me acarician inconscientemente mientras sueñan que son Pokémon.
Por todas los esos masajes en la espalda que me regalarán cuando se despierten sabiendo que es lo que más me gusta. Por todos esos achuchones que recibiré cuando dejen caer sus cuerpecitos sobre mi barriguita para escuchar cómo suenan mis tripas y el latido de mi corazón.
Por rifarse el turno de meterse en la ducha conmigo y lavarnos el pelo el uno al otro. Por aprovechar el momento de ponerles la toalla para darles un enorme abrazo. Por disfrutar todos juntos de un desayuno en familia. Por el silencio que en apenas unos minutos se verá interrumpido por sus risas, gritos y juegos.
Por todo lo que está a punto de comenzar en este nuevo día…
«Agradece lo que tienes y terminarás recibiendo más.
Si te concentras en lo que no tienes, jamás tendrás suficiente.»
Oprah Winfrey