Nuestro nombre es el primer contrato que alguien firma por nosotros.
Cuando escogemos el nombre de un hijo debemos saber que, con él, le traspasamos una identidad, pues el nombre es una especie de contrato inconsciente que, de un modo u otro, limitará su libertad y condicionará su vida.
Por esta razón, debemos evitar poner nombres de antepasados, novios, pretendientes, personajes históricos, novelescos o de famosos y, en general, cualquier nombre asociado con personas o con los ideales nombrados.
El nombre que llevamos tiene un impacto muy potente sobre nuestra mente. Puede ser un enorme identificador simbólico de la personalidad, un talismán o un regalo, pero también puede convertirse en una prisión que nos impide crecer y ser nosotros mismos, anclados a esa copia del pasado. Como ocurre en los árboles con tendencia narcisista, en los que, generación tras generación, se repiten los nombres de los ancestros de abuelos a padres, de estos a hijos, de estos a nietos, originando así la repetición en sus destinos.
En lo tocante al tema de los nombres resulta realmente interesante dedicar unos momentos de reflexión no solo al nombre que alguien eligió para nosotros sino también a cuál es el nombre que lleva el lugar donde vivimos.
Quizá incluso ocurra que nuestra casa tenga un nombre propio, más allá del nombre de la calle donde se encuentra ubicada, del tipo “Villa Margarita” o “Casa Luciano”, y, si así es, te invito a que reflexiones sobre qué representa el nombre que lleva tu hogar.
También merece la pena reflexionar sobre el nombre del barrio o zona donde vivimos, porque todo esto guarda un mensaje para nosotros, ya que nada es casual, ni tan siquiera la elección de la calle donde se encuentra nuestra vivienda.
Mi primer hogar, en Frankfurt, se hallaba en la calle Hügelstrasse, que literalmente se traduce por “el camino de la colina”.
Cuando regresamos a España mis padres eligieron temporalmente una casa situada en un lugar llamado A Cova, en Soñeiro, cuyo significado es “la cueva, el soñador”, para mudarse definitivamente a donde vivo hoy, en el pueblo de O Carballo, o en castellano: el Roble, un árbol de porte majestuoso, uno de los iconos culturales más antiguos a lo largo de la historia, que representa la longevidad y la fuerza, por no hablar de su gran tamaño.
Eligieron para construir su casa la calle Ñ, ya que, inicialmente, cada calle de la urbanización llevaba el nombre de una letra del alfabeto y a nosotros nos tocó la letra “diferente”, el símbolo gráfico más genuino de nuestro idioma, el signo de identidad del español por excelencia, presente en muy pocos idiomas aparte de los que se hablan en nuestro país, algunas culturas indígenas de Latinoamérica y pocos más.
Por si no fueran pocas las casualidades, resulta que el origen del nombre de la urbanización donde yo vivo “Valiño” se remonta a un Oficial Mayor de los Andrade que, entre otras cosas, realizó información genealógica para trabajar como Escribano…
Y no sólo eso, sino que el nombre actual de la calle (pues hace unos años se cambiaron letras por profesiones tradicionales gallegas): Telleiros, hace referencia a las personas que se encargan de colocar las tejas en las viviendas.
Metafóricamente hablando (y recordemos que al inconsciente le encantan estas cosas) sería como referirnos a la mente, realizando la comparación de la casa con la persona que habita en ella.
Si yo tuviera que definirme con una palabra sería “diferente” y ¿a qué me dedico? a la genealogía, estudiando árboles familiares, y a la reprogramación mental ¿ves la resonancia?
Echando la vista atrás y pensando en los nombres de otras calles y barrios donde viví, me viene a la memoria el lugar que fue mi hogar a la muerte de mi padre, en pleno centro de A Coruña: la calle Pío XII, que lleva ese nombre en memoria del papa que ayudó a salvar a 800.000 judíos durante la II Guerra Mundial desde la discreción, atrapado en una situación que le obligó a callar para evitar mayores represalias por parte de la Alemania Nazi.
Curiosamente es así como me he sentido yo en multitud de ocasiones en mi vida…
También viví una breve temporada en una calle llamada Alcalde Salorio Suárez, en el coruñés barrio del Ventorrillo, (el más alto de toda la ciudad) un hombre recordado tanto por sus éxitos como por sus propuestas reprochadas por los ciudadanos, algunas como la regulación del tráfico o por proponer la construcción de una planta de residuos, una iniciativa que se habría adelantado 30 años al actual problema de la “basura”.
Metafóricamente podría ser que viviera allí como un adelanto de ese proceso que viviría posteriormente de eliminar de mi mente toda la basura que había en ella.
Cuando me casé me mudé a vivir al coruñés barrio de Monte Alto, nuevamente las alturas me llamaban, y la calle elegida para nuestro hogar fue General Gutiérrez Mellado, hombre militar que, entre otros logros en su carrera, fue quien se enfrentó a Tejero el día que se produjo el golpe de estado en nuestro país, allá por el año 1981, ordenándole que le entregara el arma, mientras los demás miembros del congreso permanecían tirados en el suelo obedeciendo las órdenes dadas por el asaltante.
Curiosamente, al poco tiempo de abandonar esta casa yo misma di un golpe de estado en mi propia vida, diciendo que había tenido suficiente y que mi matrimonio se había terminado…
Otro de los lugares que me acogió fue la Plaza de Sofía, en Santiago de Compostela, llamada así en honor a la capital búlgara, de cuya zona, lo que llama mi atención era que esta plaza, ubicada en la parte más alta del barrio, se hallaba situada al lado de la calle Valiño, el nombre del lugar donde vivo ahora.
Y, durante el tiempo que viví en Gijón, mi hogar se ubicaba en la Calle Libertad.
Sin comentarios.
Así que hoy te invito a que dediques unos minutos a observar el lugar donde vives y que pienses en el nombre que lleva.
Quizá se trate de la calle de un escritor, de una santa benefactora, de un descubridor, haga referencia a un paraje o sea el nombre de un militar asesino. Sea como fuera, nada es casual y su nombre, así como su ubicación, es como un espejo que nos refleja un mensaje que debemos recibir.
En mi caso siempre, SIEMPRE, he vivido en casas emplazadas en colinas y en los barrios más altos de las ciudades.
Y es que nada es casual en nuestras vidas.
No es casual el nombre de nuestra empresa, el lugar donde está nuestro lugar de trabajo, el colegio al que fuimos de niños o al que asisten nuestros hijos en la actualidad, el nombre de nuestra pareja, profesores, jefes o amigos, que se llaman igual a nuestro padre, madre, hermanos, el nombre de las personas que intentaron, o lograron, abusar de nosotras…
Nada lo es.
Yendo un paso más allá en esta reflexión, al colocar en una línea del tiempo los nombres de todas las calles y barrios donde he vivido en estos cincuenta años, me doy cuenta del acierto con el cual han ido reflejando mi estado interior y todo lo que estaba por suceder en mi vida.
Porque, cuando se produce un cambio en nuestro interior, se genera otro cambio similar en nuestro exterior y probablemente suceda que nos mudemos a otra vivienda situada en una calle con un nombre acorde con nuestro estado interno.
Recuerda que, al igual con el nombre que llevamos, los nombres de las calles donde vivimos tienen una especie de frecuencia que sintoniza con las vibraciones que emitimos.
Existe una intención inconsciente de resolver el conflicto que tenemos en nuestro interior, de transmitirnos el mensaje que estamos destinados a recibir.
Puede que el mensaje nos llegue a través del nombre que llevamos o del nombre de la calle donde vivimos.
Así que, escucha atentamente todo lo que el inconsciente desea hacerte llegar.

“Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera,
sólo entonces la calle deja de mirarlo a uno como a un extraño.”
Mario Benedetti