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Los Secretos de tu nombre

Desde un punto de vista genealógico, el nombre propio que llevamos cada uno de nosotros es una de las claves fundamentales para comprender cómo encajamos dentro de nuestro clan, de nuestra familia y de la memoria inconsciente de esta.

El nombre que nos ha sido otorgado forma parte del programa que nuestra familia ha escogido para nosotros ya que ningún nombre es elegido al azar, así pues, a la hora de analizar el nombre que llevamos nosotros o bien nuestros antepasados debemos tener en cuenta dos cuestiones.

La primera son las coincidencias del nombre que llevamos con personas de otras generaciones, como padres, abuelos, bisabuelos, tíos… que bien pueden ser fruto de una elección consciente de los progenitores o parecer fruto de la “casualidad”. Pero no nos dejemos engañar: nada de lo que sucede en la familia es casual y todo nombre tiene un sentido y obedece a una programación previa por parte de la familia.

La segunda vertiente a tener en cuenta es el significado propio del nombre, puesto que esto puede delatar, a veces con una gran claridad y otras de forma sutil, el programa que el individuo ha heredado a través de este acto.

Cuando nos enfrascamos en la tarea de analizar nuestro árbol familiar, una de las coincidencias que suelen saltar a la vista son las coincidencias de nuestro nombre con el de otros individuos que llevaban nuestro mismo nombre. No es raro ver que los hijos repiten el mismo nombre que sus padres, abuelos, tíos o padrinos. Pero también puede que nos sorprendamos al darnos cuenta de que llevamos el nombre de una tatarabuela de la que nadie hablaba cuyo pasado nosotros sacamos a la luz a raiz de investigar nuestro pasado familiar.

Así pues, a la hora de analizar las coincidencias de los nombres debemos prestar atención ya que, en muchas ocasiones, estas no resultan evidentes a primera vista pero la repetición está presente igualmente. No es extraño que los nombres se repitan con el género cambiado, como Juan y Juana, Luis y Luisa, María y Mario… También puede ocurrir que el nombre sea una variante de otro similar, como Miriam, Mayra o María, Carla, Carlota, Carolina o Diego, Jaime, Iago y Santiago, que son el mismo nombre.

Puede suceder que el nombre se oculte dentro de otro, como por ejemplo Ana, escondido en Juliana, Mariana, Rosana o Diana; Abel, escondido en Abelardo o Mabel, o Margarita y Marita, que esconden el nombre de Rita. Pueden darse igualmente pequeños giros en las letras y podemos pensar que los nombres nada tienen que ver entre si, pero es todo lo contrario y lo veremos con más claridad cuando los pongamos por escrito. Tal puede ser el caso de Alonso y Alfonso, Juan e Iván, Cristina y Cristian, Luisa y Lucía… O puede suceder que los nombres rimen al compartir la misma terminación, como Roberto y Alberto, Fernán y Hernán, Joaquín y Serafín…

La otra vertiente que debemos contemplar es el significado del nombre que llevamos, pues su simbolismo habla del contrato familiar inconsciente que tenemos interiorizado. Nombres como Auxiliadora o Socorro hablan de un deseo de salvación. Otros como Modesto, Felicidad, Paz o Inocencio hablan de las características que son fundamentales para la familia. Nombres como Gabriel, Rafael, Angel o René hablan del más allá, siendo el último un nombre que se traduce como “el renacido” así que la persona con ese nombre podría preguntarse ¿quién fue el fallecido en la familia que desean que encarne en mi?

Algunas personas llevan nombres mitológicos cuyo significado vienen dado por la historia que hay detrás del mismo, como Ariadna o Diana, personajes de la biblia, como Magdalena o Lázaro, nombres vascos en familias que no tienen este origen (como en mi caso con el nombre de Begoña) o incluso nombres de personajes famosos que indican un deseo, por parte de los padres, de que el niño emule, inconscientemente, algo de la historia de esa persona en cuyo honor recibe su nombre.

En mi familia hay una serie de nombres que se repiten generación tras generación una y otra vez, por lo tanto, hay una memoria inconsciente escondida en esa repetición. Los nombres de José, Manuel y Antonia, en sus diversas variantes, están presentes 6 generaciones hacia arriba en mis antepasados. Luego hay otros que igualmente me dan pistas sobre lo que pudo haber sucedido siglos atrás, al ver que mi bisabuela se llamaba María Dolores, mi abuela Dolores y la hermana pequeña de esta Remedios. El mensaje está bastante claro.

Para mi, lo más llamativo, es el nombre de Antonia, que así se llamaba mi madre, pues este nombre en particular, aparece hasta en la sopa en mis ancestros por línea materna.

Mi madre “heredó” ese nombre de una hermana que nació un año antes que ella y que falleció a las dos semanas de su nacimiento debido a una bronquitis aguda. Los padrinos de mi madre fueron su tío paterno Pedro y su esposa Antonia y fue testigo de tal acto un tal Manuel Mandián. Mi madre terminaría contrayendo matrimonio con mi padre, que se llamaba Manuel Gayoso… MANDIÁN, ¿coincidencia? No creo en ellas.

Mi abuela materna se llamaba María Manuela Visitacion. Mis bisabuelos maternos Antonia María y Manuel, aparte de mi abuela tuvieron 8 hijos más, llamados Juan, Germán, Marcos María, Juan José, Antonio María, Juan Antonio y María Josefa.

Mi abuelo materno se llamaba Joaquín. Sus padres María Antonia y Antonio, tuvieron otros 5 hijos llamados Pedro, Manuel, Manuel María, Lisardo y Antonio Agustín. Los padres de mi bisabuelo Antonio se llamaban José y Andrea, y tuvieron otros 3 hijos más aparte de mi bisabuelo Antonio, llamados Antonio (el primogénito, fallecido con menos de un mes de edad y al siguiente, mi bisabuelo, le pondrían nuevamente el mismo nombre), Manuel y Joaquín.

Si siguiera enunciando los nombres de todos los miembros de mi familia verías como los nombres se repiten una y otra vez…

La historia de mi madre, nacida el 11 de febrero de 1933, yaciente de su hermana Antonia, nacida el 16 de enero de 1932 y fallecida el 2 de febrero de 1932, es la misma historia de mi bisabuelo Antonio, quien nació el 17 de junio de 1872, un año después de su hermanito Antonio, quien había nacido el 13 de junio de 1871 y había fallecido el 18 de julio de 1871.

El 13 de junio se celebra San Antonio, un santo que, según la tradición “hacía restituir lo sustraído con la usura y la violencia”. Es más, la cultura popular dice que, si has perdido algo, debes rezarle a San Antonio para que te ayude a encontrarlo, o por lo menos eso es lo que yo recibí de mi familia, quien me decía que rezara la siguiente oración cuando deseaba encontrar algo que había perdido:

San Antonio, glorioso siervo de Dios, famoso por tus méritos y potentes milagros, ayúdanos a encontrar las cosas perdidas: danos tu ayuda en la prueba e ilumina nuestra mente en la búsqueda de la voluntad de Dios. Ayúdanos a encontrar de nuevo la vida de la gracia que destruyó nuestro pecado y condúcenos a la posesión de la gloria que nos prometió el Salvador, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Así pues, si bien de entrada podría pensar que mi madre lleva el nombre de Antonia en honor a su madrina, o para honrar a su hermana fallecida, la historia se remonta a generaciones atrás, cuando sus abuelos perdieron a un niño que llevaba ese mismo nombre Quizá esa pérdida la vivieron como algo que les fue sustraído de sus vidas con violencia y, trayendo a un nuevo hijo, deseaban restituir esa pérdida tan dolorosa.

El nombre de mi padre Manuel, proviene de la palabra Inmanu-el y significa “Dios está con nosotros”. Su onomástica, curiosamente, se celebra en junio, el día 17 para ser más exactos y, en la Biblia, este nombre fue el que el profeta Isaías vaticinó que llevaría el hijo de Dios. Qué sutil es el mensaje del inconsciente familiar, que hace que una mujer cuyo nombre habla de dolor por una muerte, contraiga matrimonio con un hombre cuyo nombre habla de eso mismo

¿Es Dios o es ese niño perdido el que inconscientemente buscan traer de vuelta al árbol casándose con un hombre que lleva ese nombre? ¿O quizás la coincidencia esté en que mi padre, Manuel, compartía nombre con el abuelo materno de mi madre, Manuel también, quien murió muy joven, a los 47 años, al igual que mi padre, que partió de este mundo a una temprana edad?

Y es que TODO, absolutamente TODO resuena en el árbol familiar. Así que yo hoy me encomiendo a San Antonio, para que me ayude a poner luz sobre las muertes de dos de mis bisabuelos maternos, ambos de nombre Antonio. Llevo tiempo buscando a qué edad fallecieron y en qué circunstancias, pero no termina de llegar la información, hay algo ahí que falta, algo “perdido” que confío en encontrar pronto.

Porque como siempre digo: nada es casual y menos en la familia. Justamente lo que se resiste son los episodios relacionados con las muertes de estos dos ancestros. Y quizá estos fallecimientos que no logro localizar de mi bisabuela Antonia María y de mi bisabuelo Antonio estén relacionados, de un modo u otro, con la muerte de esos dos niños fallecidos con tan sólo unos días de vida.

Quizás mi nombre, Begoña, también tenga algo que ver, pues es un nombre vasco en una familia que, para nada, tiene sus orígenes en esas tierras, y esto habla de algún tipo de conexión con lo religioso o lo étnico. La virgen de Begoña, llamada cariñosamente “Amatxu” que significa mamá, habla de leyendas sobre su “aparición”. Cuenta la historia que cuando sucedía alguna catástrofe (¿y acaso puede haber catástrofe mayor para una madre que perder a uno de sus hijos?) se sacaba a la Virgen que les ayudaba a que estas desaparecieran, incluso cuenta la historia que ayudó a detener la epidemia de colera en el año 1855 en Bilbao.

En Gijón existe también una parroquia en honor a esta Virgen, parroquia que estaba situada a escasos metros de donde yo, “casualmente” escogí mi casa para vivir, cuando estuve trajando en esa preciosa ciudad.

Y es que nada, nada, nada, es casual en esta vida. Para muestra un botón, como diría mi madre.

El botón de esta semana es el precioso relato que hoy me he encontrado sobre la leyenda de la Virgen de Begoña en Bilbao, que, con sumo gusto comparto, en honor a los antepasados que, inconscientemente, me hicieron llegar el nombre que llevo conmigo.

“A principios del siglo XVI se emprendió la obra de reedificación del santurario de la Virgen de Begoña. Las obras estaban avanzadas pero la parte anterior de la iglesia estaba destechada. La imagen de la Virgen estaba adornada con ricas joyas, donativo de la devoción popular y de los canteros que trabajaban en la obra. Uno de estos concibió el pensamiento de despojarla de ellas y una noche, cuando todos los vecinos dormían, se coló en la iglesia y, movido por la codicia, comenzó a despojar a la Virgen de sus joyas. El niño Jesús que la Virgen asía con sus brazos estaba engalanado con una corona de oro y diamantes y el ladrón extendió su brazo para añadirla a su botín. En ese momento la Virgen le cogió del brazo para impedirle que cometiera ese sacrilegio y el ladrón, con el miedo en el cuerpo, descendió del altar y se dispuso a escapar. Pero la tentación pudo con él y regresó a recoger las joyas que había tirado, pensando que todo habían sido imaginaciones suyas. Luego se dispuso a escapar, pero en su huida se topó primero con un muro impenetrable de maleza que le impedía el paso y le rasgaba las ropas, luego se vio detenido por una manada de enormes carneros que le embestían y por último, una manada de fierísimos toros le hicieron volver hacia atrás, impidiéndole la huida, cada vez más espantado por los sucesos. Entonces escuchó como las campanas de Begoña tocaban a rebato. Los vecinos, al oírlas, se apresuraron al santuario y vieron, sorprendidos, como tañían movidas por un impulso invisible. Vieron también a la Virgen despojada de sus joyas y, dándose cuenta de lo sucedido, emprendieron la marcha en procura del ladrón. Este, viendo que llegaban al bosque donde se había escondido, sintiéndose acorralado, salió a confesar su crimen y entregó las joyas. Pocos días después el culpable expió su crimen con su vida y pidió ser enterrado bajo el púlpito de la iglesia donde había perpetrado su robo. Se cumplió su petición y, años más tarde, cuando se abrió la tumba para enterrar a otro fallecido descubrieron que el brazo que había asido la virgen estaba incorrupto.”

Cuando indagamos en nuestra historia familiar, descubrimos cosas maravillosas. Esta leyenda de la Virgen de Begoña, que hasta hoy yo desconocía, habla de un robo, como el de la vida de esos niños que le robaron a sus respectivas madres, a sus Amatxus. Qué curioso que las imágenes de ambos santos lleven en sus brazos a unos niños…

Dedicado a mis antepasados. En memoria de todos los robos de los que fueron víctimas.

Si uno no sabe la historia, no sabe nada. Es como ser una hoja y no saber que forma parte del árbol

Michael Crichton
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