Es curiosa la sabiduría que yace en nuestro inconsciente. Nuestra parte racional busca la explicación a todo pero el «in» lleva «inside» (dentro) la verdadera respuesta, oculta en lo más profundo de nuestro ser.
Hace 4 años decicí tatuarme un pequeño dibujo que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo. El diseño: una mariposa dentro de un tribal con forma de corazón.
Mi parte lógica explicaba su razón de ser: la mariposa era el símbolo de la transformación personal que yo estaba sufriendo en ese momento y el profundo cambio en mi vida, pasando de ser una oruga a desplegar las alas y echar a volar. El corazón significaba el amor que me había propuesto sentir hacia mí misma desde aquel preciso instante.
La metamorfosis y la evolución unidos por un chorro de tinta negra inyectado bajo mi piel.
Pero bien es cierto que todas las respuestas aparecen cuando estamos preparados para escucharlas. Yo hace 4 años estaba demasiado en la parte racional.
El pasado verano, paseando por la feria medieval de mi ciudad, un colgante llamó mi atención en uno de los puestos. Era un corazón de cristal, tipo Swarovski, de color azul, con una tonalidad mezcla de cobalto y mar. Curiosamente, cambié la cadena plateada que venía con él por un cordón de color azul cielo, «para que hiciera juego» con el cristal.
Mi racionalización me llevó a justificar aquel impulso diciéndome que significaba que debía de dejar de prestar tanta atención a mi parte mental en pro de hacerlo a mi corazón y a mi intuición.
Y durante doce largos meses no he podido sacármelo de encima ni un sólo día. Era como si tuviera una energía invisible sobre mí y necesitara de él, de su contacto, de su presencia.
Creo firmemente que todas las personas entran en nuestra vida por una determinada razón. Y ayer esta afirmación se constató, una vez más, cuando, hablando sobre tatuajes y colgantes, la persona con la que charlaba distendidamente, me lanzó una pregunta que me hizo ver, desde mi parte más profunda, el verdadero porqué de aquel tatuaje.
– «¿De quién es ese corazón?», fué el interrogante lanzado al aire, con la intención de hacerme reflexionar.
No me hizo falta razonar en absoluto la respuesta. Algo dentro de mí hizo «clic» y supe exactamente a quien pertenecía.
No era el mío. Era el de mi hermano, el que nunca llegó a nacer pero cuya presencia yo siempre sentí a mi lado y en cuya búsqueda inconsciente me embarqué durante 46 largos años.
Los tatuajes suelen llevar asociada cierta carga de «dolor». No en vano, el mero acto de imprimir el dibujo en la piel va asociado a un daño, menor o mayor, en función de la zona elegida para plasmarlo.
Esa pena que yo inconscientemente plasmé al final de mi espalda tenía que ver con la pérdida de mi gemelo. Las mariposas, según la mitología, son símbolo de la psyque, del alma. Algunas leyendas hablan del alma de un difunto volando bajo la apariencia de una mariposa.
En el feng shui, una mariposa representa la energía del amor y la libertad, teniendo el poder de atraer a la persona que será nuestra otra mitad durante toda la vida. Y… qué mejor mitad que mi propio hermano gemelo.
Ahora comprendo mi pasión por las mariposas, porqué mi habitación está llena de ellas, porqué de pequeña pasaba las tardes intentando atraparlas en el jardín, para observarlas y sentir sus cosquillas sobre mis manos. Y porqué me atraen sobremanera las que son de color azul, porque mi gemelo era… niño.
«La felicidad es como una mariposa,
cuanto más la persigues, más te eludirá.
Pero si vuelves tu atención a otras cosas,
vendrá y suavemente se posará en tu hombro»
Nathaniel Hawthorne