Hoy, revisando las publicaciones de una persona a la que sigo, leía en su muro una noticia que me impactó por el mensaje que esconde el análisis transgeneracional de dicha situación.
La noticia en cuestión, aparecida en varios medios de comunicación, hablaba sobre una pareja de millonarios que había utilizado vientres de alquiler para tener la friolera de 20 bebés en un año.
Y yo me pregunto ¿qué historias familiares hay detrás de una necesidad imperiosa de tener tantos hijos en tan poco tiempo?
Uno de los tabloides recogía que estos padres deseaban llegar a tener hasta 100 hijos…
Si leemos entre líneas, podemos sacar algunas pistas de la historia de sus ancestros: el padre, aparte de ser millonario, parece ser que conoció a su mujer, 34 años más joven que él, en otro país, Georgia, tras escaparse de Turquía por estar condenado en ese país a cadena perpetua por inducir el asesinato de un empleado. Así que podemos intuir que la urgencia de procrear pueda deberse a ese peligro que pueda sentir este hombre por si le deportan de nuevo a su país para que cumpla condena. Pero también habla de historias de antepasados…
En cualquier caso, son todo conjeturas. Aunque cuando leo algo similar siempre me pregunto qué historia escondida habrá tras algo tan llamativo como una madre de 23 años, con una hija de 6 años a su cargo, que decide hacerse cargo de 20 bebés más a la vez. Y vaya historia también para esa niña, que de repente, se ve con 20 hermanastros y a su madre ocupándose de ellos…
Esta noticia me lleva a reflexionar sobre la historia de mi propia familia, sobre las repeticiones, y, en concreto, sobre un dato que he descubierto en las últimas semanas, después de dos años de búsqueda infructuosa.
Resulta que el fallecimiento de dos de mis bisabuelos maternos no constaba por ningún lado. En concreto del padre de mi abuelo (cuyo dato sigo sin localizar) y de la madre de mi abuela, nacida allá por 1875.
Curiosamente, ambos llevan el mismo nombre de mi madre: Antonio mi bisabuelo materno (por parte de padre) y Antonia María mi bisabuela materna (por parte de madre). Es además el mismo nombre de la niña nacida justo antes de mi madre y fallecida con tan sólo 15 días de edad.
Preguntando sobre mi bisabuela Antonia María a la hermana más joven de mi madre, esta me contó que recordaba haberla conocido y que mi abuela le había contado que se había quedado viuda muy joven. Tenía 47 años cuando su marido falleció, con esa misma edad, dejándola con 9 hijos, la mayor mi abuela, que por aquel entonces tenía 21 años, y la más pequeña una niña de apenas 9 meses de edad. En el medio 6 varones y una niña más, por lo visto sordomuda.
Lo que mi tía me contó es que un vecino le pidió a mi bisabuelo que fuera a ayudar con un parto de una vaca, que se complicó, y terminó enfermando tras ese episodio, supuestamente contagiado con algo para fallecer a los pocos días. Su acta de defunción recoge que su muerte se debió a un “edema maligno”.
Para comprender lo sucedido debemos trasladarnos, mentalmente, a la época en cuestión: hace exactamente un siglo.
Allá por los años 20, época en la que ocurren estos hechos, mis bisabuelos vivían en un ayuntamiento que tenía una población de unos 4500 habitantes. Había unos 900 hogares de los cuales alrededor de 200 pertenecían a las parroquias donde vivían mis bisabuelos y sus alrededores.
Cabe imaginar que en un entorno de la Galicia rural de los años 20 todos se conocían y la familia era lo más importante, y cuando acontecía alguna muerte el ritual que acompañaba puede calificarse como algo sagrado.
Pero ocurrió algo con mi bisabuela entre el año 1922, cuando se quedó viuda con 9 hijos, todos menores de edad (por aquel entonces la mayoría era a los 25 años) y 1953, año en el que falleció, no en el pueblo, sino en la ciudad, A Coruña, y no en el hospital, como podría imaginarse, sino en el bajo de una casa (su domicilio habitual según consta en la partida de defunción) de una calle que apenas contaba con 3 viviendas por aquel entonces, ya que por aquella época se trataba de una zona del extrarradio todavía sin urbanizar.
¿Qué sucedió con mi bisabuela para que ninguno de los 7 hijos que aún estaban vivos cuando ella falleció reclame su cadáver para llevarlo de vuelta al pueblo y enterrarlo al lado del que fue su marido y del resto de su familia?
Algo ocurrió para que mi bisabuela terminara sus días enterrada en una tumba de tierra de un cementerio municipal (a 30 kilómetros de sus orígenes), cuyos restos se vacían cada equis años para terminar en un osario común dada la falta de sitio, resultando así imposible visitar su tumba. Y recordemos que, hace 70 años, en una familia de pueblo, la muerte era algo que se vivía de un modo diferente y en mi familia en particular, siempre se le ha dado una gran importancia a este rito y al hecho de visitar asiduamente el cementerio tras el fallecimiento de algún familiar para llevarle flores y seguir honrando su memoria.
¿Qué ocurrió hace un siglo, cuando mi abuela se quedó viuda con 9 critaturas a su cargo? ¿qué hizo para sobrevivir y sacarlos adelante, en aquel entorno rural y de pobreza? ¿qué hacía una anciana de 79 años viviendo sola en la ciudad, lejos de los 7 hijos que tenía vivos cuando muere allá por los años 50, que sí vivían en el pueblo (y fallecieron allí años después)?
De esta historia me resuena que mi madre también quedó viuda a una temprana edad, a los 58 años. No era tan joven como su abuela, que enviudó a los 47 pero lo cierto es que jamás volvió a casarse, algo que siempre me llamó la atención, porque incluso tuvo un pretendiente por quien sentía cariño pero siempre repetía que ella ya había estado casada una vez y que no tenía pensado pasar de nuevo por el altar, que estaba muy bien así.
Lo curioso es que yo, desde que me divorcié (que para el inconsciente es similar a enviudar porque el marido ya no está) en el sentido de que me quedo sola, como mi madre y mi bisabuela, con los hijos a su cargo, no he vuelto a tener una pareja estable. Durante un tiempo incluso me dije a mi misma que no tenía pensado pasar por el altar de nuevo y que estaba muy bien así: sola.
Hasta que hace poco me di cuenta de que, de un modo u otro, estaba repitiendo la misma historia de mi madre, y también de mi bisabuela. Curiosamente mi madre no sólo lleva el nombre de su abuela, sino que también resuena con ella en fechas, pues mi bisabuela falleció un 13 de febrero de 1953 y mi madre nació el 11 de febrero de 1933. Así que hay alguna fidelidad en la historia de estas dos mujeres que las une para reparar.
Cuando la fecha de fallecimiento de un miembro del clan (mi bisabuela en este caso) está relacionada con la del nacimiento de otra persona (mi madre), se dice que es Heredero Universal, siempre que la persona haya fallecido cuando la otra (mi madre) ya había nacido. Esto indica que mi madre quizás fuese la nieta favorita de mi bisabuela y que, de algún modo, heredó su cariño pero también sus programas. Es como si el difunto (mi bisabuela) le pidiera a mi madre que siguiera su camino o, por el contrario, que haciera aquello que ella no supo hacer.
Seguiré investigando a ver qué me deparan mis labores detectivescas, aunque por lo pronto me viene que ahí puede esconderse la clave de que a pesar de que lleve deseando un tiempo tener pareja, esta no se manifieste.
Quizá mi bisabuela rehízo su vida tras quedarse viuda a costa de provocar un gran dolor en sus hijos (quién sabe cómo salió de esa situación…) y por esa razón también mis hijos, de un modo u otro, siempre me preguntan qué lugar ocuparían ellos en mi vida si yo decidiera rehacerla al lado de otro hombre.
Y como no creo en las casualidades, quizás por ahí vayan los tiros y la historia de lo sucedido con mi bisabuela…

«El pecado de los padres lo pagarán hasta la tercera y la cuarta generación»
Biblia